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  • Foto del escritorVirtudes Torres Losa

AJUSTE DE CUENTAS

Actualizado: 27 ene 2020


Imagen de Pixabay

El primer cadáver apareció con el cuello rodeado de spaguettis. Su mano derecha apretaba una bolsa vacía de Frigolini di Capra, donde debía haber venido envuelta dicha pasta. El anciano que lo descubrió en vez de avisar a la policía decidió que la parka que llevaba el fiambre ya no le iba a quitar el frío que tenía en el cuerpo y a él le ayudaría a pasar los rigores del invierno. Así que se la puso, dejó al muerto con lo que parecía su plato favorito y se alejó hasta la esquina cerca del super a pedir limosna.

Una chica pelirroja caminaba sin mirar dónde pisaba, iba leyendo y enviando mensajes con su móvil. Fue al pasar junto al indigente cuando se dio cuenta. Aquel hombre llevaba un anorak igual al que ella le regaló a su chico. Se acercó a poner unos céntimos en el plato que el pobre tenía delante y, de paso, a observar la prenda que llevaba el viejo y no tuvo duda, era la misma. Aún llevaba la mancha bermellón de su labial consecuencia del festejo del día en que se la regaló.

Esperó durante unos minutos. El establecimiento cerraba ya y el viejo se marcharía hasta su chabola y a ella no le sería difícil hacerse con la prenda.

Marchó tras él hasta un despoblado donde una vieja furgoneta abandonada le servía de refugio. Pasados unos minutos el viejo salió, cogió algunos palos y preparó una fogata, después puso un puchero con agua a calentar. En un descuido, la muchacha entró y se apoderó de la parka. El hombre, ajeno a este hurto, siguió calentándose y esperando a que el agua hirviera.


***


Hasta el despacho de la detective O´hara llegó la noticia de la muerte del más famoso cocinero del momento. Había sido descubierto en un callejón con la boca llena de spaguettis y con el cuello rodeado por esta pasta. Buscaron pistas que pudieran llevar hasta el asesino y también a esclarecer el móvil de la muerte del malabarista de los fogones. Algunas pisadas, la bolsa de la pasta que el cadáver tenía en su mano y una chaqueta andrajosa que estaba en un cubo de basura era todo lo que encontraron.


Detective O´hara Imagen de Pixabay

O´hara interrogó a los trabajadores de los restaurantes italianos que abundaban en ese distrito. Nadie vio ni oyó nada, ninguna pelea, voces o gritos. Todo estaba en calma. En cuanto a la bolsa vacía de Frigolini di Capra, en ninguno de los establecimientos se utilizaba dicha marca, era totalmente desconocida.

El teléfono de la detective volvió a sonar. Había aparecido otro cadáver con las mismas características que el que estaba investigando. Una chica pelirroja tenía su cuello rodeado por spaguettis, también la habían obligado a tragar tanta pasta que posiblemente la muerte había sido por asfixia. El cuerpo de la muchacha lo habían descubierto unos jóvenes que hacían footing.

En pocas horas, dos cadáveres habían aparecido en iguales circunstancias. La chica había sido arrojada a un riachuelo que bajaba paralelo a una senda verde por donde cada día y desde muy temprano decenas de personas hacían sus ejercicios matinales.

Acotaron el perímetro del lugar del hallazgo e intentaron dar con las primeras personas que habían pasado por allí. Nadie había visto nada. Solo unos chicos que se preparaban para un campeonato de campo a través y todos los días cruzaban el río, pues últimamente pasa con poca agua, fueron los que descubrieron el cuerpo que estaba semioculto por ramas.

Los especialistas en recabar huellas o cualquier indicio que les pudiera llevar hasta el asesino, descubrieron junto a unas piedras, a pocos metros del lugar donde estaba la joven y quizás llevada por la corriente, una bolsa de plástico con la misma marca de pasta que la encontrada en la mano del chef. No cabía duda de que estaban ante un posible asesino en serie.

Pasaron varios días sin que nada nuevo ocurriera. Las pistas eran escasas y las posibles que aún no se habían encontrado fueron borradas, pues tanto el callejón donde había sido encontrado el primer cuerpo, como en el río donde encontraran a la chica, habían sido literalmente anegados gracias a la gran tormenta de agua y granizo que cayó días más tarde.

O´hara tamborileaba con sus dedos la mesa de su despacho. El caso que tenía entre manos no tenía ningún sentido. Los amigos y conocidos del cocinero o tenían coartadas o su relación era cordial con el finado. Un agente pasó algo alterado al despacho de la detective, sacándola de sus pensamientos. En sus preguntas a varios conocidos del cocinero todos coincidieron en que últimamente no se separaba de su parka, regalo de su prometida. El cadáver había sido encontrado solo con un jersey y, por supuesto, la chaqueta vieja que encontraron en un cubo de basura no podía ser suya. Primero volverían a mirar en el piso del fallecido y si no la encontraban interrogarían a todos los mendigos de la ciudad. Debían encontrar aquella parka a ver si ponía algo de luz al caso.


Dietista Bianca Romano Imagen de Pixabay

Una vez en el piso del cocinero, el armario, cajas, bolsas y la lavadora fueron los lugares posibles donde encontrar la prenda. Nada, algún abrigo, chaqueta o cazadora, pero lo que buscaban no estaba. El teléfono de O´hara sonó. Era del despacho. Tenían la identidad de la chica que habían asesinado del mismo modo que al cocinero. Era su pareja. Se trataba de la dietista Bianca Romano conocida por sus métodos radicales para adelgazar. Por fin tenían algo que podría llevarles hacia una luz.

Los nuevos interrogatorios no dieron el fruto deseado, ningún mendigo había encontrado la prenda que buscaban. Tampoco en el gabinete de la dietista parecía haber nada que llevase a O´hara hasta una pista definitiva. La detective tomó una agenda que había sobre la mesa y, junto a un archivador y algún objeto más que consideró de utilidad para sus indagaciones, los puso dentro de su maletín y marchó hasta su coche.

Ya en su casa, se preparó una buena cantidad de café. Iba a ser una noche larga. Puso sobre la mesa cintas de grabaciones acerca de las dietas de los clientes, dossiers de sus resultados, números telefónicos, direcciones y se sirvió un café.

La alarma de su móvil la sobresaltó. No había dormido nada. Había pasado la noche revisando grabaciones y papeles. Cansada había optado por dar una cabezada en el tresillo. Se dio una ducha rápida y se vistió unos vaqueros y un suéter. Aún estaba adormilada, tomó distraídamente el abrigo que había sobre la cama y fue su tacto el que la hizo despertar de golpe.

Aquello no era su abrigo. Era una parka de hombre. No vivía con ningún hombre, no tenía pareja y aquella prenda no pertenecía a ningún amigo que hubiera estado en su casa; entonces a quién podía pertenecer y quién había entrado sin que ella se diera cuenta.

Una carcajada que llegaba desde algún punto de su dormitorio la sobresaltó. Instintivamente se llevó la mano al revólver que guardaba en su sobaquera.

De nuevo la risa, esta vez más estrepitosa. El dormitorio era pequeño, no había sitio donde poder ocultarse. El armario estaba lleno de ropa y cajas y las cortinas de la ventana estaban abiertas sin posibilidad de ocultar a nadie. Salió al pasillo, estaba vacío. Le llegó olor a comida e inmediatamente se dirigió a la cocina. En una olla hervía una buena cantidad de spaguetti, sobre la encimera una bolsa vacía de Frigolini di Carpa.

¿Estaban destinados para ella? ¿por qué? ¿cuál era la relación? Ella no conocía ni al cocinero ni a la dietista.


Espíritu vengador Imagen de Pixabay

‒¿Se puede saber qué quieres de mí? ‒gritó.

‒¡Todos los que estuvisteis relacionados con mi proceso vais a morir!

‒¿De qué estás hablando? ¿Por qué no das la cara?

‒Tú formabas parte del jurado que dictó la sentencia.

‒¿De qué sentencia hablas? Yo nunca fui jurado.

‒¡¡No mientas!! Tú, tú fuiste la que me señaló. Por tu culpa fui sentenciado a muerte.

O´hara habla mientras camina con paso lento, casi restregando su cuerpo por la pared buscando el origen de la voz.

‒¡Creo que te equivocas!

‒¡¡Calla!! Ya he hecho justicia con el cocinero. El gran culpable de aquel bodrio que yo serví a nuestro rey. También he hecho lo justo con la maléfica bruja. Ella fue quien proporcionó todos los ingredientes. Y ahora te toca a ti.

‒¿Y se puede saber qué fue lo que yo puse? ¿Era pinche del cocinero? ¿Me pasé de sal?

‒¡Vaya! Veo que vas de graciosa. Pues se te va a quitar la gana de guasa en cuanto estén estos spaguetti, te los vas a tragar de un bocado y después voy a adornar tu cuello hasta que no quede ni un soplo de vida en ti.

‒Vale, como quieras. Pero antes me debes una explicación. Cuéntame qué te pasó.

‒Está bien. Ahora vas a saber lo equivocado de tu decisión. Yo había elaborado una pasta. Unos fideos super largos. Estaban elaborados con la mejor harina que había en el reino. Su justo tiempo de amasado, su masa madre perfecta. ¡¡Eran únicos!! Tenían un puntito “bocatto di cardinale”.

El “Capocuoco della pasta” que así se hacía llamar el cocinero se apropió de mi receta. Fue a través de su amante la bruja pelirroja. No sé qué fue lo que puso en aquel plato, pero los spaguetti empezaron a engordar dentro del estómago del rey y este sucumbió entre estertores. Yo fui hecho preso, pues se los había servido a Su Majestad e insistí que estaban cocinados especialmente para él. Ahí entras tú.

‒Ya me contarás qué pinto yo.

‒Tu eras por aquel entonces la concubina del rey. Me señalaste. Te pusiste al frente de un grupo de gente que pedía mi cabeza. Y así acabé. Decapitado.

‒¡¿Cóoomo?! ¿Me estás diciendo que fuiste decapitado? ¿Estás muerto?

‒Si. Muerto, pero aún tengo energía para llevarme conmigo a quien me largó de este mundo.

‒Mira, que aquí tampoco es que estemos muy bien. Que nos fríen a impuestos. Seguro que ahí donde estás no haces ni la declaración de hacienda.

‒¡Qué te calles! ¡Muere!

‒Pero qué obsesión. Aún no me has dicho una cosa. ¿Que significa el nombre de Frigolino di Capra.

‒Ese era el nombre que yo les iba a poner a mis spaguetti. Frigolino como un muchachito que me tenía loquito como una cabra, de ahí lo de “Di Capra”. Bueno, ya está bien de chácharas. Vamos abre la boca y engulle la pasta.

‒¡No tan rápido! Aún tengo un último deseo.

‒¿Otro? Un último, no dos últimos.

‒Vale, no es un deseo, es una curiosidad. ¿Qué pinta la parka en todo esto?

‒¿Qué parka? Como no sea la muerte.

‒Esa parca es con c, no con k. El abrigo que estaba sobre mi cama.


‒¡Ah! Eso, bueno, me vino bien para hacerme “visible”. Yo soy un pobre fantasma, no más, si me pongo algo encima pues aparento un ser normal y corriente. ¿Ya estás satisfecha? Pues ahora a engullir. Abre la boca.

En ese momento O´hara toma el cazo y lanza su contenido hacia el lugar de donde llega la voz. Los spaguetti parecen tener vida propia y se enrollan en el cuello de la joven. Otros entran en su boca obligándola a tragar cada vez que da una arcada. Son unos minutos de intensa lucha y dominación por parte de la detective, pero el espíritu juega con ventaja, hasta ver agotada la energía de la mujer que en un último intento de salvar su vida saca su pistola y dispara al aire yendo la bala a dar sobre la bolsa de Frigolino di Capra, de donde escapa un denso humo blanco.


*** NIℲ ***


En esta ocasión Jessica Galera de su blog "FANT ÉPICA" nos propone matar, sí matar pero sin tener que pasar por la cárcel. O sea, tenemos licencia para matar, jijiji. ¡¡Cómo deseaba decir esta frase!!

Bueno, a lo que iba. En nuestro relato podemos matar a un personaje, mejor a dos, o a tres y si me apuras hasta el apuntador. ¡No, eso no! Que el apuntador soy yo. Si también la palmo, ¿quién va a contar la historia?

Y además nos pone un aliciente especial. A mí me ha tocado "SPAGUETTI de la marca FRIGOLINO DI CAPRA"

Si habéis llegado hasta aquí, ya habéis visto qué ha salido.


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