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  • Foto del escritorVirtudes Torres Losa

Cara y cruz




Relato escrito para el II concurso de SEA SHEPHERD URUGUAY en su apartado minicuentos y que se encuentra en el libro “Por los Océanos 2” con la categoría de "Reconocimiento especial"




Los árboles entrelazaban sus ramas como buenos amigos. Las ardillas, los monos, perezosos y decenas de animales que vivían en las alturas pasaban de un árbol a otro tan solo con un pequeño salto o colgándose de una rama a otra. La vida en los bosques era feliz. La supervivencia era natural. El más fuerte, el más preparado cazaba y formaba la mejor camada.

JARDÍN BOTÁNICO, PUERTO DE LA CRUZ, TENERIFE Foto tomada el 9 de agosto de 2018

Con las especies vegetales sucedía lo mismo. Las flores más olorosas, las más atractivas, las que daban el mejor polen, eran las más deseadas por los insectos ávidos de su néctar, sirviendo sin saberlo, de simples correos aéreos capaces de polinizar otras flores, otras plantas, otros árboles allí donde se posaran.

Era el milagro, la Naturaleza en todo su esplendor.

Aquel día el sol brillaba con la misma fuerza de un día de junio. La paz se respiraba al igual que tantos días anteriores pero, de pronto, a lo lejos, una nube de polvo pareció ocultar aquellos rayos solares mañaneros, el silencio se rompió como si un terremoto de varios grados de magnitud hubiera estremecido la tierra.

Pero no era la tierra; varios coches se aproximaban hasta aquel claro del bosque donde, unos días antes, un hombre había marcado unas cruces.

Allí pararon los vehículos, bajaron y empezaron a tomar medidas. Desde las copas más altas de los árboles, decenas de ojos asustados, observaban toda la parafernalia que se desarrollaba metros más abajo. Con los corazones palpitando aceleradamente intentaban esconderse lo más alejados posible de aquella invasión.

Fue la orden esperada la que desató el comienzo del caos.

Los rugidos de las máquinas decapitaron las viviendas de los animales; árboles centenarios cayeron abatidos llevándose consigo algunos especímenes jóvenes que empezaban a servir de hábitat para nuevos inquilinos. Lloró el bosque, las ardillas emigraron, los pájaros buscaron entre las ramas caídas sus nidos. Los polluelos agonizaban…


Foto tomada por Sylvia en Tenerife, 14 octubre 2019

Tras aquella jornada se sucedieron más con las mismas consecuencias. Camiones llenos de arena, ladrillos, cemento, baldosas y multitud de materiales de construcción llegaron hasta allí.

Al final un bonito hotel con una gran piscina y zonas de senderismo pareció que hubiera surgido de la nada en aquel idílico espacio.

Era un lugar de escapada magnífico. Era un lugar privilegiado para los seres humanos. Era un lugar arrebatado a los moradores que habían cuidado aquel entorno. Era otra forma de invasión.

Algunos animales de aquel entorno, poco a poco, se fueron acostumbrando a la presencia de los humanos, mientras otros huyeron en busca de nuevos territorios.

Nuevamente el hombre había destruido la foto inicial para formar la suya propia, sin importarle qué o quién debía salir en ella.




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