top of page
Buscar
  • Foto del escritorVirtudes Torres Losa

Dos hechos verídicos (doy fe)

Hoy jueves santo, es un día atípico, podría haber salido a ver las procesiones de Semana Santa de no estar confinada en casa como la inmensa mayoría de los seres humanos. O tal vez no hubiera salido pues está lloviendo con ganas.

Viene a mi memoria una procesión de un Jueves o Viernes Santo de hace muchísimos años. Esperábamos de pie, en la acera frente a un comercio, a que llegaran los primeros nazarenos. La calle estaba llena de gente. El silencio se podía cortar. De pronto la gente que estaba frente a nosotros empezaron a gritar y salieron corriendo a mitad de la calle.


Nosotros no sabíamos qué pasaba, la calle es bastante ancha, pero pronto supimos a qué se debía tal guirigay. En el piso de arriba, sobre los escaparates, sobresalían unos balcones que pertenecían a los dueños del comercio y allí se salían los dueños y algunos amigos para ver pasar los pasos de las procesiones.

En un descuido de los mayores un niño de unos tres o cuatro años no tuvo mejor ocurrencia que sacar su colita y regar a los que allí debajo estaban. Al oír los gritos y chillidos los mayores salieron y vieron al niño en su tarea de regadío. En seguida tiraron de él y ese año vieron la procesión tras los cristales.

A todos se nos caían las lágrimas de la risa cada vez que venía a nuestra mente la imagen de uno de los que estaban esperando debajo, un pobre calvo todo calado. La procesión se acercaba y todos reíamos hacia dentro para no molestar, pero era mirar hacia otro lado y cruzarse nuestra vista con otra persona en igual circunstancia y de nuevo el contagio.


Porque la risa es así, es muy puñetera. Tú ríes, a veces no sabiendo de qué, el que está al lado se extraña y no dice nada. Te mira asombrado pero al rato se le afloja la risilla y aunque no sean carcajadas, también ayuda al primero y eso sigue la cadena, es raro que alguien la rompa.

Un ejemplo de esto último me sucedió a mí en Sevilla. Estábamos dos parejas en un restaurante, la chica de la otra pareja y yo sin saber por qué de pronto nos echamos a reír. El camarero que nos atendía se mosqueó y pensó que nos reíamos de él. Nada de nada. Nosotras no podíamos parar, las lágrimas estaban haciendo estragos en nuestro maquillaje y nuestras parejas miraban a un lado y otro avergonzados. Al día de hoy y después de muchos años sigo sin saber de qué narices nos reíamos.

He hecho memoria y he recordado estos dos momentos. Por supuesto que hay más, faltaría menos. jajaja.


Este relato ha sido escrito para el reto de abril VadeЯeto del blog Acervo de letras de JastNet.

Se trata de romper un poco el hielo, de sacar una sonrisa, de reír si se puede a carcajadas, lo que sea necesario para olvidarnos por unos instantes de nuestra reclusión. Que, por cierto, somos presos muy obedientes y llevamos bastante bien nuestro retiro. Que sea leve.

30 visualizaciones6 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page