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  • Foto del escritorVirtudes Torres Losa

EL ANGELITO DE LA FUENTE

Actualizado: 15 ago 2019


Dibujo realizado para este texto. Agosto 2019

Adelante, entrad. Esta es mi casa. Los exteriores ya los habéis visto. Las madreselvas y los rosales en esta época del año están preciosos. Siempre me gustó su aroma, los mandé plantar justo a la entrada pues así su perfume invadía el recibidor y no me negarán que si una casa te recibe con buen olor las vibraciones también son buenas. También el jazmín y los lilos cuando florecen y sopla el viento del sur, perfuman el pequeño solarium donde me gustaba pasar largas horas leyendo o bordando.

¿Os ha gustado la fuente que continuamente está manando agua hasta el estanque? Me siento orgullosa de haberla hecho yo. Fue durante un verano en casa de un alfarero, me enseñó a modelar la arcilla a sentir el barro escapándose entre mis dedos, a dar forma a algo amorfo, a sentirme un poco Dios.

Pero entrad, no os quedéis ahí en el recibidor, mirad, comprobad por vosotros mismos que esta es una casa colonial, amplia, espaciosa, con grandes habitaciones muy soleadas tanto en verano como en invierno.

Ahora todas están deshabitadas, los muebles fueron subastados; también hicieron lo propio con las cortinas, cuadros, trofeos de caza o cualquier cosa que pudiera ser vendida.

Solo esta habitación queda como yo la dejé aquel día. Ahí, junto a la ventana he querido conservar la cuna que compré para mi pequeña. ¡Ah! ¿que no os he hablado de mi pequeña Jewel?

Cuando nació Jewel, todo a mi alrededor pareció tomar otro color o ¿sería mejor decir que pareció difuminarse? La pequeña absorbía toda mi atención. Me pasaba las horas mirándola, tocando sus manos, sus pies, acariciando sus deditos; mirando su piel con el corazón encogido, en busca de cualquier imperfección, velando su sueño, escuchando su acompasada respiración.

Las horas pasaban y la pequeña exigía su comida y era entonces cuando yo comprendía que dependía de mí y yo no había probado bocado en todo el tiempo.

Reaccioné demasiado tarde. Mi dulce niña fue perdiendo su color, sus mejillas sonrosadas se tornaron blancas y de su piel se escapó la lozanía y tersura.

Tomé la arcilla que tanto me gustaba trabajar y le di color y firmeza a su piel. Mi niña quedó inmortalizada y con ella mi obra.

Mi mejor obra de alfarería. Mientras, su padre seguía modelando angelitos para las fuentes, dando forma al barro sin reparar en que una de sus obras, durante un tiempo, tuvo vida propia.

Y ahora, mis queridos investigadores de lo paranormal, ¿ya tienen todo lo que venían buscando?

Si es así, solo les pido que pongan una de esas rosas al pie del angelito de la fuente y otra la echan al pozo que hay en la parte trasera de la casa.

Muchas gracias por vuestra visita, podéis volver cuando queráis. Ahora os dejo, mi pequeña me reclama.

Virtudes Torres

Manzanares, 3 de agosto de 2019

Con este relato participo en el primer desafío de agosto del blog de Jessica Galera


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