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  • Foto del escritorVirtudes Torres Losa

Intrusos en el castillo

Actualizado: 22 feb 2020

En el castillo de Zima se celebra la tradicional fiesta de máscaras a la que acude todo el mundo. Nadie que se precie quiere perdérsela y además, es la ocasión propicia para que te mezcles con la multitud sin ser descubierto o descubierta. Y es que llevas mucho tiempo esperando esta ocasión para poder infiltrarte en ese lugar inaccesible y llegar hasta tu objetivo, cumplir con tu misión.

Explícanos cómo discurre el baile, la fiesta, los invitados, el ambiente. Queremos saber qué o a quién buscas, cuál es tu misión y por qué; quién eres, quién te envía (si te envía alguien); a quién quieres vengar a quién quieres conocer, qué quieres destruir... En fin, esto no es novedad: todo lo que quieras contar y se te pase por la cabeza, PEEEEEEEEEEEEERO antes de entrar en la fiesta deberás encomendarte a los designios de Lubra, la diosa del destino y sus caprichosos antojos.

Los antojos que LUBRA me ordena son:


Has comido algo en mal estado y te encuentras mal. Eso te lastra durante toda la fiesta.

Alguien te hiere con una daga.

Última frase de tu relato: "Se lo tenía merecido".


*****


Estoy nerviosa, para qué negarlo. Esta misión que me he propuesto he estado rumiándola durante muchos años. Dicen que la venganza se sirve fría, a mí se me debe de haber congelado, aún así la excitación me hace sudar. Espero no dar la nota, quiero pasar desapercibida, confundirme con cualquier invitada más y en el momento adecuado llevar a cabo la misión que me lleva hasta el castillo.


El vestido que llevo es precioso, azul turquesa adornado con piedras y cristales irisados; la máscara también azul de seda se adapta a mi cara como si fuera una segunda piel, lleva adornos de plata y unas delicadas plumas a juego con la capa que me cubre. He recogido mi melena afro bajo una peluca blanca con tirabuzones. El espejo me devuelve la imagen de una aristócrata veneciana, nada que ver conmigo. Es todo lo que necesito. Tomo las llaves y salgo de casa.

Para que no me relacionen con mi coche, lo aparco varias calles antes de llegar al castillo, lugar donde se celebra el evento anual del baile de máscaras y del que hoy yo soy una convidada más. Un grupo de invitados llega hablando a grandes voces y riendo a carcajadas, al verme me sonríen los que llevan la cara pintada y adivino que también los que cubren su cara con máscara. Me invitan a unirme al grupo, cosa que hago sin dudarlo ni un momento. Ya en la puerta uno de ellos da unos golpecitos y alguien desde dentro nos franquea la entrada. No hemos llegado los primeros, cosa que me satisface, tampoco hay nadie que nos pida credenciales, al parecer está abierto a todo aquel que llegue disfrazado y con ganas de beber y bailar. Los anfitriones parece que aún no están entre el público. Disfraces de todos los modelos imaginables, se mezclan y saludan, bien con una sonrisa o con un movimiento de cabeza.

Camareras y camareros se esfuerzan para servir a todo el mundo. Copas a medio tomar desaparecen en las bandejas mientras son reemplazadas por otras de un líquido igual o parecido. Fuentes llenas de apetitosos manjares esperan sobre las mesas a ser degustadas. Tomo un plato y pongo sobre él unos canapés que tienen una pinta divina. Un atento camarero me sirve un refresco.

Paseo deleitándome con la vista de los ricos adornos que hay sobre las consolas. Los cuadros de un largo pasillo muestran a los antiguos propietarios del castillo. Sus indumentarias hablan por sí solas de la época en la que sus dueños vivieron. Camino sin darme cuenta (o más bien, con toda intención) de que me estoy alejando del salón de baile. La música y las risas me llegan lejanas, miro a mi alrededor y estoy totalmente sola en un larguísimo pasillo lleno de puertas todas cerradas.


Miro mi móvil donde llevo las instrucciones codificadas para que nadie sospeche. *"La puerta de Istar” Esa es la habitación que tiene la flor de lis sobre su marco superior. Miro de nuevo alrededor, estoy sola. Empujo la puerta y me encuentro en una sala llena de simbolismos. Escudos, armaduras, hachas, espadas y mil figuras más que ocupan los estantes, paredes y vitrinas. No debo distraerme, he de concentrarme en lo que he venido a buscar. Una rápida mirada y un cofre llama mi atención. Resuelta me dirijo hasta él. Lo abro y mis ojos no dan crédito a lo que veo. Una pequeña urna de cristal conserva intacto, a pesar del paso del tiempo, un dedo pulgar. Mi estómago se revuelve y mis pensamientos vuelan hasta aquellos días de verano bajo la sombra de la parra donde mi abuelo me contaba cuentos; siempre me pregunté por qué el abuelo solo tenía cuatro dedos en su mano derecha. Fue mucho tiempo después cuando supe la terrible historia.

“Era un niño que jugaba sin importarle con quién. Jugaba con la hija de sus señores. Él, un mulato, un esclavo negro. Ella tan rubia y delicada. Aquella tarde jugaban como tantas otras, era primavera y los lirios empezaban a florecer. Él, sin pensarlo, tomó uno y se lo regaló a la niña. Ella, impulsiva a su vez le regaló un beso. Aquello escandalizó a su aya e inmediatamente lo puso en conocimiento de los amos.

El amo era conocido por su crueldad y no dudó ni un instante en cercenar el dedo del pequeño ante la mirada de espanto de su hija. Los gritos de dolor del niño atrajeron a todos los sirvientes que vieron en este castigo, lo que les podría pasar a ellos de cometer cualquier torpeza por pequeña que esta fuera.


Después ya nada fue igual. El niño estuvo varias semanas debatiéndose entre la vida y la muerte debido a las fiebres a causa de la infección. Después dejaron aquel lugar pues fueron vendidos a otro terrateniente que necesitaba mano de obra barata”

Mis ojos están llenos de lágrimas. Mis antepasados fueron maltratados de todas las formas que se puedan imaginar. Yo he conseguido salir adelante, he querido encontrar un resquicio por donde entrar en este nido de víboras que aún siguen maltratando a su servicio. Son otras formas, son otros tiempos, ahora el látigo, el cuchillo, o las balas que tan a la mano tenían y podían hacer uso de ellas cuando mejor les pareciera, tienen que permanecer ocultas o formando parte de este museo, pero sus modales, sus contratos basura, sus abusos son igual de infames.

La visión del contenido de la urna me ha producido náuseas, no me encuentro bien. Tengo que salir de aquí lo más rápido posible. Guardo la pequeña urna en un discreto bolsillo de mi capa y me dirijo hasta una de las armaduras que está junto a una columna. Pongo en el pulgar del guante un anillo con una nota y salgo de aquel lugar con mucho cuidado. Ya en el gran salón, me acerco de nuevo a una mesa decidida a servirme una tónica. Miro alrededor, todos se divierten, ríen, bailan, beben; yo también debería estar alegre, he conseguido mi propósito, he cumplido mi promesa a la memoria del abuelo y, lo mejor de todo, cualquier día, no me importa que sea mañana, pasado, quizás el mes que viene, el señor de la casa tendrá una llamada que le dirigirá hasta la armadura y entonces él mismo activará la bomba que guarda el rubí del anillo. El color de esa piedra preciosa simboliza la sangre derramada por el abuelo.


Un camarero me ofrece una copa de vino y me sonríe. No era lo que pensaba beber pero le doy las gracias y, tomando la bebida me dirijo al jardín a respirar un poco de aire fresco. Me siento en un banco junto a una de las fuentes rodeada de rosales. Pruebo el vino, está delicioso, pero mi estómago no parece dispuesto a aceptarlo. La cabeza me da vueltas, los colores de las flores se difuminan, mi estómago lucha por retener los alimentos en él, después todo es confuso. El atento camarero está de nuevo junto a mí. Me quita la copa y vacía su contenido. Noto que me enlaza entre sus brazos como si estuviésemos bailando y así, dando vueltas, giros y largos pasos consigue sacarme del jardín. El camarero no me es del todo desconocido, pero es imposible no conozco a nadie en esta ciudad. Estamos fuera de la vista de los invitados. El camarero me indica por señas que guarde silencio y espere, que vuelve en un momento. Supongo que irá a hacer su trabajo pero no pienso esperarlo no sé quién es ni qué intenciones lleva.


Salgo también de aquel lugar dispuesta a mezclarme con los invitados y, desaparecer en la menor oportunidad cuando un invitado disfrazado de cardenal Richelieu se acerca y sin mediar palabra me clava una daga en el pecho. Me llevo las manos al lugar dolorido y un líquido caliente empapa mis dedos. Estoy muy mareada, no entiendo qué está pasando. De pronto todo se vuelve negro.

Cuando despierto estoy sobre una cama con la herida cubierta por vendas. Mi captor está en el suelo, parece desvanecido. El camarero entra en la habitación y me sonríe. Es hora de que me explique quién es y por qué ha estado toda la noche pendiente de mí.

Soy policía y sé quién eres tú, ‒me dice ‒ Sé que has venido solo con intención de recuperar aquello que jamás debió de ser cortado. Tu abuelo y mi abuela eran solo unos niños, no entendían de color, de razas, no vivían con el egoísmo de los adultos. Se querían como niños, como hermanos. Mi abuela nos contó lo sucedido mil veces. Yo, como policía, fui el elegido para cuidar la urna, con la única misión de devolverla a sus herederos. Te busqué y te encontré. Supe en qué universidad estudiabas y yo también me matriculé en la misma. Siempre he estado cerca pero a la vez, lo suficientemente lejos del alcance de tu vista. Ahora ya lo sabes todo.

¿Y ese? ‒dije señalando al falso cardenal que yacía en el suelo.


Ese también ha estado vigilándote, pero con otras intenciones. Es el albacea del testamento de la herencia de mi familia y también descendiente de un hijo natural del padre de mi abuela. Él lucha porque todo se quede en sus manos. Mi abuela dejó parte de su herencia a tu familia pero puso una última cláusula en el testamento: En caso de que no quedase nadie de los tuyos, todo el patrimonio pasaría a manos de su abogado. Ese Richelieu es el leguleyo en cuestión.

Y ahora está muerto?

No, pero va a estar mucho tiempo a la sombra. Lo dejaremos aquí bien atado, pronto vendrán los compañeros de la brigada y se harán cargo de él. Ahora, si te encuentras mejor, podríamos ir a tomar algo.

Me sentí en la obligación de explicar el recuerdo que había dejado en el dedo de la armadura. Sonrió y puso sobre mi mano el anillo.

No te preocupes ya no tiene peligro. Ahora bajemos a tomar algo a la cafetería.

Salimos sin mirar atrás, dejando al falso cardenal atado como un redondo de carne.

Él era ahora el único malo de la historia. Parece ser que todas las ramas del árbol genealógico de la familia se parecían a la amiga de mi abuelo. El único brote que había salido torcido era el del abogado. Pero eso ya no importaba, comenzaba una nueva vida para nosotros, a él le esperaban años de cárcel. Y sí: Se lo tenía merecido.


*La puerta de Istar” Se supone que ahí es donde se puso por primera vez la flor de LIS.

Finalicé este relato el día 20 de febrero de 2020. Ha sido creado para el reto de febrero de FANT ÉPICA del blog de Jéssica Galera.

En el principio está la base que Jéssica nos da y lo que me ha salido en las tres diosas que abrí.

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