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  • Foto del escritorVirtudes Torres Losa

Peligro inminente

M.S. Primer desafío literario de septiembre



La noche iba cubriendo con su negra capa las calles de aquel detestable pueblo. Huí protegido por las penumbras, acogido por la oscuridad que se había convertido en mi mejor aliada. Todos estaban contra mí, habían hecho una batida por las calles colindantes desde que esa vieja cotorra empezara a chillar cuando me descubrió en su dormitorio adueñándome de sus baratijas. Total eran cuatro anillos tan antiguos como ella que, seguramente, ya no se los pondría en esas manos artrósicas que tenía. Aún así esa cacatúa empezó a dar gritos y todos los vecinos salieron más deprisa que cualquier alarma moderna, anunciando a la central, hubiera conseguido atraer a la policía. Hube de huir con aquel mísero botín, o sea nada, y subiendo y bajando tejados llegué hasta el extremo opuesto del pueblo, justo al lado de los primeros árboles que cada vez se iban apretando más dando lugar a un espeso bosque donde, de momento, podría respirar tranquilo y mañana ya decidiría hacia dónde dirigir mis pasos.

Las luces de las linternas alumbraban hacia la carretera, justo lo que yo necesitaba; los aldeanos estaban totalmente despistados, habían dirigido sus pasos hacia aquel camino asfaltado donde, quizás suponían, que yo tendría un coche esperando.

Más relajado decidí seguir mi camino y no esperar al día siguiente. La luna empezaba a asomar entre algunas nubes. No era mucha la luz que derramaba sobre aquel bosque, pero era suficiente para guiar mis pasos sin necesidad de tener que encender alguna cerilla de vez en cuando.

Llevaba unos diez minutos andando cuando me pareció ver un hilillo de humo a lo lejos. Sigilosamente y amparado tras los troncos de los árboles fui acercándome. El humo salía de la chimenea de una choza destartalada. Me pregunté quién podría vivir allí en medio de aquella espesura tan lejos del pueblo. Quizás un viejo eremita de esos que se alimentan con bayas o raíces, cazando de cuando en cuando o pescando en algún riachuelo que pasara por allí. Me acerqué a la única ventana que aquella choza tenía y cuando intenté mirar hacia su interior una música chirriante empezó a sonar. Una voz más desgarrada acompañó aquellas estridentes notas y un ser espectral empezó a dar saltos y brincos.

Era la mujer más horrible que jamás había visto. La vieja a la que había robado los anillos era una miss a su lado. Esta tenía una barbilla puntiaguda, una prominente nariz aguileña y una boca desmesuradamente grande, desdentada, con solo dos o tres dientes que parecían huir uno del otro y una lengua, ¡por todos los demonios! una lengua larga, inmensamente larga y terminada en dos puntas, ¡como las lenguas de las víboras!

Cantaba y cantaba, o mejor dicho, chillaba y chillaba, una letra que empezó a llamar mi atención.

Estoy en el bosque contenta y feliz

tengo tesoros que yo conseguí:

oro, diamantes, zafiros, rubíes,

y miles de piedras preciosas

que solo me pertenecen a mí.

Nadie conoce mi secreto,

nadie se acerca hasta aquí

todos me tienen miedo.

¿y tú, también me temes a mí?

Solo si logras vencerme

mis tesoros pueden ser para tí.


Estas últimas palabras las dijo mirando hacia la ventana, como si supiera que yo estaba allí.

Tienes el suficiente valor como para entrar?Nadie sabe qué peligro se esconde tras esa puerta.

Instintivamente mi mano buscó en mi bolsillo la navaja. Aquella bruja, pues eso parecía una vieja bruja, canija y huesuda, no iba a interponerse en mi camino. Le rebanaría el pescuezo en un santiamén, y todos esos tesoros serían míos. Entendí que era mi noche de suerte y decidido empujé la puerta de aquella destartalada cabaña que no opuso ninguna resistencia y, allí frente a mí, aquel basilisco reía y reía sin parar.

_¿Vienes por el tesoro? -me preguntó entre carcajadas- Sabrás que tendrás que vencerme.

Y, diciendo esto sacó una larguísima lengua que se abrió en dos, agarrando mi mano y retorciendo mi muñeca con tal fuerza, que los huesos sonaron estrepitósame rompiéndose en mil pedazos.

Lleno de rabia y de dolor me abalancé sobre un caldero que hervía en el fuego y, tomándolo, se lo tiré vaciando su contenido en aquel famélico cuerpo. Ella volvió a reír, cada vez más fuerte y sin saber cómo, en un instante la tenía sobre mis hombros clavando sus larguísimas garras en mi pecho. La sangre saltaba a borbotones, y ante aquella imagen, saqué fuerzas para contraatacar a mi oponente. Me dejé caer de espaldas, quedando mi cuerpo sobre el de ella, esto hizo que la arpía abriera sus brazos, instante que aproveché para incorporarme de un salto y, tomando mi navaja, la clavé una y otra vez en aquel escuálido pecho. Para mi sorpresa no salió ni una gota de sangre, en su lugar cientos de pequeñas serpientes fueron apareciendo hasta que el suelo fue tapado por aquellos reptiles.

Intenté escapar pero la puerta estaba flanqueada por dos cuervos. En un afán de supervivencia me arrojé por la ventana clavándome trozos de cristales en la cabeza y hombros y torciéndome un pie al caer al otro lado. Había salido magullado y dolorido pero vivo al fin y al cabo.

Ahora no pensaba en el tesoro de la vieja bruja, ya habría tiempo para idear una estrategia para conseguirlo, aunque fuera prendiendo fuego a la cabaña con ella dentro. Ahora se trataba de salir de aquel bosque y, sinceramente, casi estaba dispuesto a entregarme a los vecinos de aquel pueblucho antes de ser víctima de aquel engendro solitario.

Este relato ha sido escrito para el desafío del blog de Jessica Galera


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