Cuando se ausentaba de casa dejaba tras de sí una estela de aire fresco, de perfume a rosas. Su imagen tan liviana se difuminaba y sus pasos enmudecían con el ruido del tráfico.
Era entonces cuando me derrumbaba ante la impotencia de no poder correr tras ella y estampar en sus labios ese beso que quemaba los míos.
Esperaba anhelante su regreso, imaginaba mil maneras de decirle "te quiero": soplando las hojas del libro que leía, haciendo sonar su canción preferida o susurrando su nombre al oído.
Ella entonces miraba mi foto, sonreía y un escalofrío estremecía su espalda.