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  • Foto del escritorVirtudes Torres Losa

Carta de Mª Antonieta a Luis XVI


No es un error, es que voy algo atrasada en este reto que me encanta y como aquí no hace falta fichar, pues aquí estoy casi finalizando julio a hacer el VadeReto de junio. En él JascNet nos propone escribir una carta.

Y estas son sus propuestas: Así de simple y también de complicado.

Escrita, supuestamente, en primera persona y relatando hechos, aventuras, emociones reales o ilusorias.

Puede ir firmada con nombre, apodo o seudónimo, o dejarla anónima. Podéis dirigirla a alguien en particular o lanzarla al viento para que la lean las nubes.

Puede ser una carta de amor, de venganza, de súplica, de amenaza, de ayuda… lo que vuestras locas y traviesas musas os inspiren.


Carta de Mª Antonieta a Luis XVI




16 de octubre 1793

Querido Luis


María Antonieta de Austria a los trece años, tocando el clavecín (óleo de Franz Xaver Wagenschön)

He dudado acerca de cómo comenzar esta carta ya que, aunque va dirigida a ti, tú jamás podrás leerla, ni siquiera tenerla entre tus dedos, aún así quiero dejar mis sentimientos plasmados en estas láminas.

Fui, como bien sabes, la decimoquinta y penúltima hija de un matrimonio imperial. Mi madre, estricta en todas sus funciones, me dejó al cuidado de dos gobernantas que me tenían siempre controlada.

Nunca tuve el afecto de una madre pues esta era aún más exigente que mis ayas: Mme de Brandeiss y la severa Mme de Lerchenfeld, (creo que en esta última está inspirado el papel de la señorita Rotenmeier de la historia de Heidi).

Como te decía nunca fui una niña amada, me enseñaron a alzar mi cuello ¡qué cruel puede ser el destino!, elevarlo para demostrar que yo era, sabía y tenía el poder que nadie a mi lado podía disfrutar.

Y tanto que sabía más que cualquiera de mi misma edad, las clases de canto, de baile, de idiomas o declamación eran interminables. El esfuerzo físico y el aseo personal al que era sometida por mi madre, imposible de llevar a cabo, pues me hacía lavarme, cambiarme de ropa y peinar mi cabello varias veces al día. Las gobernantas me exigían tanto que, a veces, caía extenuada al llegar la noche.

Afortunadamente mi madre y la Casa Real francesa pensaron en nosotros, y tuvieron la buena idea de enlazar nuestras vidas.

Solo tenía trece años cuando me fue anunciado nuestro compromiso. ¡Catorce cuando nos casamos! Tú, al igual que yo, unos niños. Con catorce años no se piensa en nada más que en ser libres, amar y poseer lo que nos está prohibido, conocer la vida y gozar de ella como si fuera lo último que nos queda por hacer.

Peor le fue a mi hermana Isabel que, comprometida con tu abuelo, ¡pobre! no pudo llegar a ser reina pues su prometido murió de viruela y ella, para acallar rumores ya que, “con poco más de veintiséis años, era una vieja”, ingresó en un convento.


María Antonieta, reina de Francia 1778

Pero vuelvo a lo nuestro mi querido y amado Luis. Nosotros descubrimos un nuevo mundo, uno en el que éramos felices, nos compenetramos, sabíamos reconocer nuestras fuerzas y lo que éramos capaces de conseguir, eso sí, cada cual por su lado, y eso a la gente de Francia no les gustó. Me empezaron a llamar derrochadora, intrusa, frívola y despilfarradora. Me pusieron el sobrenombre despectivo de “La austríaca” y fui escarnio de sus burlas e insultos y el pueblo francés puso en mis labios palabras y frases que yo jamás dije.

En mi sangre empezaban a latir nuevas sensaciones, era joven, bella y aunque jamás llegué a hablar francés como me hubiera gustado, era muy inteligente. Buscaba tu cuerpo y tú, quizás por ignorancia, quizás por miedo a no saber qué hacer al enfrentarte al mío, me rehuías.

¡Siete años, siete largos años tras nuestras nupcias, tuvimos que esperar para consumar nuestra unión!

En ese tiempo se dijeron tantas cosas de mí. Me acusaron de adulterio, me buscaron amantes como el conde de Artois o el de Fersen o me atribuyeron amoríos con la condesa de Polignac o la princesa de Lamballe…

Mi amado esposo, aunque te costó decidirte, tú me amabas tanto como yo a tí, prueba de ello fueron los cuatro hijos que tuvimos. Fue un periodo casi feliz, ya que jamás dejé de estar en boca del pueblo francés y nunca para hablar bien de mi.


Según Napoleón el asunto del collar de diamantes fue un detonante de la Revolución francesa.

Pero todo tiene un detonante y en mi caso fue el dichoso collar, ese que tu abuelo había encargado para su favorita La Du Barry. Vinieron los joyeros a reclamarme un millón y medio de libras por la pieza que yo jamás había mandado hacer. Fue una encerrona de una aventurera, la condesa de La Motte y su marido, que le tendieron al cardenal de Rohan para que firmara un contrato de compraventa en mi nombre.

Y, aunque Rohan fue desterrado, La Motte azotada y su marido destinado a galeras, fui yo la que, sin comerlo ni beberlo, cargó con la culpa de ser la promotora del desaguisado.

Como ves siempre he estado en boca de todos, no importa el título nobiliario, no importa el sexo de quien habla, no importa si es gente noble o el pueblo llano. Siempre fui una extranjera, siempre odiada.

Y como esto no parecía tener fin, me acusan de esa frase que jamás dije y que pusieron en mis labios cuando el pueblo no tenía pan para llevarse a la boca: “Si no tienen pan, que coman pasteles”, cuando fue María Teresa de Austria (esposa de Luis XIV)* la autora de esa frase.

Y siguieron las inquinas, los odios, las revueltas y estalló la revolución. Me acusaron de instigar sobre tí para entregar Francia a Austria. A veces solo hace falta un soplo de aire para mover el avispero y nosotros no notamos la ráfaga que llegaba hasta él.


María Antonieta frente al Tribunal Revolucionario. Grabado de Alphonse François a partir de una pintura de Paul Delaroche. 1857

Estoicamente soporté tu encierro, con la misma dignidad tu muerte. Hoy, siete meses después, en esta celda insana, sin una ventana, sin abrigo y custodiada por carceleros borrachos, acato mi destino, levanto mi cuello con la dignidad que me caracteriza, apelo a las madres para que se pongan en mi lugar y, mirando a su corazón, sean capaces de sentir algo de empatía hacia mí. Solo me preocupan mis pequeños, ese es solo mi pesar, porque a partir de unos momentos estaremos juntos eternamente.

Tu amada reina

María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena

María Antonieta


*«S'il ait aucun pain, donnez-leur la croûte au lieu du pâté» («Si no tienen pan, que les den el

hojaldre en lugar del paté»).

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