top of page
Buscar
  • Foto del escritorVirtudes Torres Losa

El circo de la bruma

Actualizado: 8 oct 2023


haya sido escogido para formar parte del podcast

Me ha encantado la voz de Daniel Lanzas, la atmosfera que han creado entorno a la historia Ariadna e Iñaki y la presentación que me ha hecho.

Encantada estoy. Gracias a todos.


Es otoño y las tardes pasan rápidamente. El sol parece que tuviera prisa por ponerse el pijama y va veloz a ocultarse tras las montañas del oeste. Tras él unas nubes grisáceas le siguen enganchadas a sus rayos cubriendo el cielo y oscureciendo la tarde. Los árboles dejan caer las pocas hojas que tienen sus esqueléticas ramas y un viento las levanta en un baile de giros donde la fuerza de la gravedad de la tierra pierde toda su atracción.

Hace apenas unos minutos que mi coche dejó de funcionar, no entiendo qué le ocurrió pues es un modelo nuevo que llevaba a un comprador que, curiosamente, me abonó un tercio de su importe con una única condición, que yo se lo trajera hasta su pueblo.

A pesar de que no es esta la forma de vender que tenemos en el concesionario, no dudé ni un segundo pues este año con el dichoso virus andamos mal en las ventas y este ingreso suponía salvar el cierre de resultados.

Después habíamos pactado que él me acercaría hasta la estación de ferrocarril o de autobús más cercana para mi regreso. Ese era el plan y así salí con el coche elegido por el comprador y la ubicación de su ciudad, todo iba bien hasta que la ubicación desapareció al entrar en un túnel y después al volver a aparecer me llevó por unos caminos rurales para desembocar en el lugar en que el coche empezó a fallar hasta que al fin se paró el motor.

Creo que habré andado casi un kilómetro y todo lo que veo alrededor son campos de calabazas, algunas casas rurales apartadas del camino y a unos cien metros más o menos un puñado de casas oscuras, con callejuelas que suben o bajan desniveles y que no están iluminadas por farolas.


Pixabay PublicDomainPictures / 17903

Los árboles del camino entrelazan sus ramas, que parecen huesos de brazos esqueléticos con dedos larguísimos. En los troncos aún se conservan los carteles de una función de circo. Puede que hayan sido las fiestas hace poco. Sigo andando y mis pies, a cada paso, se hacen más pesados. Me siento agotado. En la primera casa que encuentre llamaré y pediré un vaso de agua y, si tienen teléfono haré una llamada para pedir que venga la grúa. Porque esa es otra, en este lugar tampoco tengo cobertura en el móvil.

Ya estoy en el pueblo. Sus moradores no parecen muy amigables que se diga, percibo sus miradas tras las persianas, dentro de las casas la luz no parece que sea un bien del que gocen pues, desde mi perspectiva, veo el titilar de las llamas de alguna vela.

La noche ha extendido su manto por encima de las casas, la luna apenas deja pasar su luz por entre las nubes. Algo pasa ligero, casi rozándome. Me asusto y doy un paso atrás para descubrir que solo es un estepicursor como debe de haber muchos por este lugar. Enganchado en sus ramas trae varios papeles. Cuando los cojo descubro que son octavillas que anuncian la misma función del circo: “Vengan a una actuación sin igual, esta noche única función de “El circo de la Bruma” El mejor espectáculo, el más extraño con los mejores artistas circenses del momento. Usted puede formar parte del espectáculo. Sin duda SU actuación no les defraudará.”

Me recorre un escalofrío. No puede ser, no es posible que la fecha que pone para la función sea real. Debe de ser un error de imprenta. ¡31 de octubre de 1823! Pienso que deben ser papeles que estuvieran guardados y han aparecido al hacer alguna limpieza y han sido esparcidos por el aire. ¡Estamos en 2020!

Estoy frente a la primera casa con la mano en alto para tocar algún timbre inexistente cuando la puerta se abre. Un pasillo largo y oscuro abanderado por varias puertas cerradas es lo que mis ojos visualizan. Con prudencia solo doy un paso al frente mientras sujeto con mi mano la puerta. Pregunto si puedo entrar y una voz que parece venir de la primera habitación que hay a mi derecha me invita a pasar.

Con sumo cuidado abro la puerta desde donde viene la voz y una sala inmensa iluminada por velas dentro de calabazas huecas, con perforaciones que simulan ojos y bocas con grandes dientes, es lo que percibo a primera vista.

En el suelo, dibujado con tiza, hay un círculo rodeado de lamparillas de aceite que protegen un pentagrama.

La impresión me deja inmóvil. Pero también la adrenalina me impulsa a querer moverme. Es una lucha entre el querer y el poder que, afortunadamente, gana el último y salgo despavorido de aquel lugar.

Ya en la calle descubro que la noche ha caído sobre este sombrío pueblo y, a pesar de la sed, el cansancio y las ganas de hacer esa llamada, me gustaría esfumarme de aquel lugar.

Un perro ladra a lo lejos. Una inmensa luna se abre paso entre las nubes. Me acerco cautelosamente a otra puerta, mi cerebro se apercibe para que esta vez, si me tengo que enfrentar a otra impresión, la reciba preparado. Doy con el puño un par de golpes en la puerta de madera desvencijada y, de repente, todo parece haber quedado en silencio. El aire ha dejado de silbar, y el ulular de las lechuzas y los búhos también enmudece. Es el conticinio de la noche.

Los goznes de unas ventanas chirrían al abrirse. Miro hacia el lugar de donde llega el sonido y percibo, tras unas cortinas que se mueven, la luz mortecina de algunas velas mecidas por un candelabro que, en la oscuridad, parece moverse solo.

Me alejo de aquella casa con la intención de volver sobre mis pasos, prefiero darme la caminata de vuelta y pasar la noche en el coche, antes de seguir en aquel lugar. En ese momento las notas musicales de alguna composición macabra recorre las calles como traída por el viento. A esta lúgubre sinfonía se une la percusión de platillos y tambores. Intento buscar algún lugar donde esconderme aunque no sé por qué pues aún no se ha manifestado nadie en aquel perdido pueblucho, pero sé que tengo que hacerlo, siento que mi integridad está en peligro.

Me alejo hasta uno de los campos que rodean el pueblo y, de pronto, todas las calabazas que están en el suelo se iluminan.

Todos los campos de calabazas de alrededor también están iluminados. Pero eso no es lo peor, las calabazas tienen cortes que simulan caras tétricas, dientes puntiagudos y sonrisas diabólicas por donde el aire se cuela dando la impresión de que las hortalizas silban y ríen.

La música sigue sonando, se acerca, la escucho como si sonara a mi lado.

Un fuerte sonido llama mi atención. Parece como si un globo aerostático se acabara de inflar. Las calabazas se mueven en el suelo, no ruedan se desplazan.

Foto tomada de la red

Están formando un círculo. En el centro, como por arte de magia, una carpa de circo se eleva y extiende quedando anclada en el terreno. Su lona está rota, agujereada y sucia. Las calles del pueblo son invadidas por una espesa niebla seguida de un desfile de gente que porta candelabros, antorchas y arrastra cadenas. Desde mi escondite, una oquedad en un viejo árbol, no consigo verlos con claridad pero da la impresión de que avanzan lentamente, arrastrándose algunos, levitando otros. Tomo una de las octavillas que encontré y veo que está resaltada la frase Usted puede formar parte del espectáculo.

No sé qué hacer, no puedo correr hacia ningún lado pues miles de calabazas obstruyen el paso.

La música suena cercana. Del interior de la carpa sale alguien que parece ser el presentador del espectáculo para recibir a la comitiva. Con rapidez se quita el sombrero y hace una reverencia a modo de saludo. Su cabeza es una de las miles de calabazas al igual que las del resto de la comparsa cadavérica.

Girones de tela sucia y maloliente, restos de carne putrefacta, cuencas vacías, y huesos colgando de algún tendón, son los atuendos que portan tan “exquisita” clientela.


Foto tomada de la red

Yo asisto a este espectáculo sin igual y, por momentos, creo estar inmenso en algún sueño, mejor una pesadilla de la que pronto despertaré. Mi mano tantea el bolsillo de mi chaqueta y choca con el móvil inutil en esta situación. En ese momento el sonido de un wassap inyecta adrenalina en mi sangre. ¡¡Cobertura!! ¡Tengo cobertura!

Con desesperación doy al botón de encendido y, sin esperar a que reconozca mi rostro, pongo la clave digital y ¡reacciona! Mando un mensaje de voz a mi socio, le explico en pocas palabras dónde estoy y pido con urgencia que llame a la policía, a los bomberos o a los geos, pero que vengan a rescatarme. Le mando la ubicación e inmediatamente le llamo por teléfono para aclarar la situación.

No es mi socio quien responde al otro lado. Una voz quebrada, grave por momentos contesta a la llamada.

‒“Empieza la función, no te la puedes perder, Esta noche eres nuestra estrella. Los números que efectuaremos sobre ti los recordarás eternamente, ja ja ja ja”

Un escalofrío recorre mi espalda, mi vello se eriza en el mismo momento en que varios de estos personajes llegan hasta mí. Me toman sin ningún miramiento y me arrastran hasta la entrada del circo, después me depositan en una especie de ara que hay en el centro de la pista.


Las calabazas han ocupado todas las gradas. Son lo más parecido a un público que asiste al espectáculo. Momias, esqueletos, fantasmas, monstruos ocupan las primeras filas y empiezan a gritar. Payasos con caras de hacer pocas gracias llegan acompañados del hombre lobo, de Frankenstein y Drácula, como grandes figuras. El griterío es de pánico. Se ponen a mi alrededor mientras yo intento luchar contra los que me quieren atar a la mesa de sacrificio. Una mujer joven llega en ese momento, viste tules casi transparentes con bordados de oro y plata, el pelo negro azulado brilla a la luz de las velas, cubre su rostro con una máscara tras la cual se adivinan unos ojos verdes inmensos y una boca roja cereza que dibuja una preciosa sonrisa.

Por un instante he olvidado dónde estoy, me recupero y desvío la mirada de esa preciosidad. Tengo que salir de aquí, mi socio seguro que está moviendo Roma con Santiago para que así sea. La mujer se acerca a mi, me observa y poco a poco abre sus labios. Sus blancos dientes mordisquean mi cuello, me mira. No creo que esto sea una sesión erótica, ni un espectáculo x, creo que ella es un vampiro, algo que corroboro al notar su incisión en mi yugular. Chillo, grito, me muevo lo poco que puedo con el fin de no estar a su alcance. Deseo que todo esto sea un sueño, pero ya he comprobado que no, que el dolor que me ha hecho la jodía es muy real. Los espectadores ríen y patalean, están eufóricos al ver la sangre. Un ruido chirriante deja mudo al personal. También a mí. Es el sonido de una sierra eléctrica. ¡No puede ser, esto es una locura! ¡Es Leathface! ¡Por favor, quiero salir de aquí! ¡Esto es de locos!


Cada vez lo siento más cerca de mí accionando la marcha de su sierra, el sonido ensordecedor me está volviendo loco. No sé qué hago en este lugar, quiénes son estos personajes y qué tienen en mi contra. "Cara de cuero" se acerca blandiendo su sierra, percibo su podrido aliento, después todo se oscurece.

Me despierto en la cama de un hospital. Mi socio está a mi lado. Me explica que tras recibir mi mensaje avisó a la policía que ya tenían conocimiento de que una especie de secta se dedicaba a hacer rituales con gente a la que atraían dando ubicaciones falsas o desviándoles de su ruta, luego los sometían a vejaciones, abusos y tropelías para después dejarlos abandonados en cualquier pueblo donde no pudieran reconocer el camino que les habían llevado hasta su guarida. Gracias a que yo le mandé mi ubicación, en todo momento supieron dónde encontrarme. Ahora todos están detenidos y yo de estar muerto de miedo me he convertido en un héroe.


Este relato ha sido escrito para el Desafío Literario del blog de Jessica Galera FantÉpica.

https://jessi-ga.wixsite.com/fantepika/blog2-desafios-literarios/retos-literarios/desafio-literario-especial-halloween-el-circo-de-la-bruma

Octubre 2020

62 visualizaciones8 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page