En las planicies de Sierra Perdida, un jinete a lomos de su caballo Rabia, deja que transcurra el tiempo; la distancia que le separa de su tierra es inmensa y fatigosa. Noches y días lleva cabalgando. Extasiado como su caballo, deja que este marche a paso lento. Ningún esfuerzo por parte de hombre y animal merece la pena, pues cuanto más caminan más camino queda por recorrer. Un ejército quedó en las tierras desangrado, un ejército al que él llevó hasta su triste final por un afán de poseer más feudos que sus hermanos, sin importarle cuántas vidas costaran. El jinete se siente cansado, desearía beber de aquel riachuelo que sortea las piedras cantarino, dormir bajo la sombra de alguno de los árboles, tomar un racimo de jugosas uvas de cualquier viñedo de los que ha encontrado a su paso, desearía poder regresar a su casa y como fiel enamorado entregar una rosa roja a la esposa que dejó llorando tras su partida.
Desearía tantas cosas, cosas que, aparentemente, no tienen precio pero sí tienen valor e importancia y que derrochan dicha a su alrededor.
La carga que lleva sobre sus hombros ¡es tan pesada!; logró su propósito, mató al enemigo pero fue una lucha tan cruel que la sangre de sus hombres y de los enemigos caídos, al juntarse, la fusión fue similar a un estallido que fue a caer sobre su cuerpo inerte dotándolo de energía solo para permanecer errante durante toda la eternidad.
Virtudes Torres
marzo 2019