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¿Estamos solos?

  • Foto del escritor: Virtudes Torres Losa
    Virtudes Torres Losa
  • 19 oct 2021
  • 6 Min. de lectura

¡Cómo se escapa octubre! Ya nos hemos comido más de la mitad del mes y aún no me había pasado por el refugio de mi amigo JascNet. Pero hoy le he hecho una visita y él muy amablemente me ha invitado a un cafelito y unas galletas de calabaza, que es lo que toca, mientras me contaba de qué iba el tema de este mes.

Tienes que meter miedo. Así por la cara. Y ¿Qué hago me pongo un disfraz? No mujer solo quítate la mascarilla y ya asustas. Eso me ha largado. Bueno, no se lo tengo en cuenta porque se que me lo dice con la boca chica. En el fondo me quiere. Pero muy en el fondo. Mu jondo.

Yo me he puesto a escribir y aquí dejo mi locura octobreril. Que mis letras os acompañen. Por cierto una preguntita de nada. Cuando os acostáis ¿estáis seguros de que no hay nadie más en casa? ¿Habéis mirado todo lo que pueda parecer un escondite?

Ta, ta, ta chan🎵🎵🎵

Os deseo felices sueños👻👻


*******

Regresaba a casa después de un día agotador y nefasto. Los clientes habían estado especialmente pesados. Preguntaban por cualquier tontería, te hacían sacar demasiados productos para después decir con aire de insatisfacción que ya se lo pensarían, que volverían mañana.

Para colmo había pillado a una viejecita, aparentemente “dulce” robando y, al llamarle la atención, esta le había puesto una queja por acoso a una persona mayor, por no respetar que iba con andador y bla, bla, bla. Su supervisor le había echado una bronca delante de la vieja y esta cuando ya estaba en la calle se había vuelto y le había sonreído enseñándole su dedo corazón.

De camino a casa, treinta minutos por la autovía, -gracias a Dios esta noche no había mucho tráfico-, Mila iba recordando con rabia la aciaga jornada. Apretó la boca y un par de lágrimas afloraron a sus ojos. Eran lágrimas de impotencia, de rabia, guardadas durante las horas que siguieron tras el encuentro con la vieja. La odiaba, odiaba su “carita de viejecita adorable”, pura máscara de la más horrible bruja.

Pero no podía llegar a casa con esta retahíla, debía dejar las cosas del trabajo en el trabajo, olvidar la jornada y pensar en sus pequeños que la esperaban en casa de sus padres para después disfrutar con ellos de una buena cena y una peli de dibujos animados. Se lo había prometido. Era fin de semana, mañana no tendrían que madrugar para ir al cole ni ella tenía que trabajar, así que disfrutaría del descanso y, quizás si el día amanecía bueno, se acercaría con ellos a pasear por el bosque de hayedos donde los niños se divertían paseando con sus patinetes y jugando a la pelota.

El camino de regreso se le hizo corto. Aceleró en las rectas y en veinte minutos ya estaba en casa de sus padres. Mila vio las caritas sonrientes de sus peques y el mundo se iluminó, atrás había quedado el mal humor, ahora se avecinaba una noche feliz.

Llegó a su pequeño apartamento y preparó la cena especial del fin de semana. Así habían bautizado sus hijos a unos bocatas de tortilla francesa, jamón de york y tomate que saboreaban sentados en la alfombra del salón junto a su madre mientras veían una película infantil.


Hoy habían elegido del videoclub una de miedo. Mila, a modo de mamá gallina, había metido a sus polluelos junto a ella en una manta. Había comenzado Monstruos S.A y todos se lo estaban pasando genial. Sulley era el preferido de Carlota y Mike Wazowsky de Alex.

Terminaron de cenar y el pequeño quería ir al baño. Mila paró el reproductor y fue a la cocina a dejar las servilletas cuando volvió los niños ya estaban sentados.Alex chupaba una piruleta de colores.

Mila asombrada le pregunta de dónde ha sacado el dulce y Alex le responde que se lo dio la abuelita.

¿La abuelita? Mila se queda asombrada pues a su madre los niños nunca la han llamado así, para ellos es la abu, además su madre sabe que no tiene que darles chuches para la noche y en cualquier caso se lo hubiera comentado.

–¿La abu te ha dado esa piruleta? le pregunta al niño.

–No, la abu no, me lo ha dado la abuelita que está en el baño.

Mila siente un escalofrío. En el apartamento solo están los niños y ella, nadie más. En seguida sale corriendo hacia el cuarto de baño. Allí no hay nadie. Mira después en los dormitorios y en la pequeña terraza. Nadie, no hay nadie. Recorre el pequeño piso y mira en armarios y bajo las camas. Están solos. Alex no es mentiroso, nunca ha mentido, pero el dulce es físico, ha debido sacarlo de algún lugar. Vuelve a preguntar.

–Alex, dime la verdad, no me voy a enfadar. ¿Quién te dio ese caramelo?


–Ya lo he dicho, mami. Me lo dio la abuelita.

–Y…¿cómo era esa abuelita? ¿Como la abu?

–No, era muy viejita y no puede casi andar, lleva una cosa con ruedas.

Mila siente de nuevo un escalofrío que le recorre la espalda. Pero ¿qué puede hacer? Ya ha mirado en todos sitios y no hay ningún rincón donde pueda esconderse ni un gato, ha echado la llave a la puerta principal…

La película ha dejado de interesarle pero los niños quieren seguir viéndola. De nuevo se acomodan esta vez en el tresillo y se tapan con la mantita. Da al play y las imágenes van apareciendo. Mila no mira al televisor. Su mente está en el pasillo, en observar cualquier movimiento, su oído está pendiente de cualquier ruido ajeno al salón y su corazón se empeña en latir tan fuerte que amortigua todos los sonidos periféricos.

La película finaliza y los niños aplauden. Están emocionados y Carlota finge ser Boo y le pide a su mamá que mañana la peine con dos coletas como va peinada la niña protagonista. Mila le dice que sí y les manda a lavarse los dientes y a ponerse los pijamas.

Ya en sus camitas ella vuelve al salón a recoger y a leer un rato antes de ir a la cama. Se prepara un té y toma el libro que está leyendo. Es El juego de Gerald, de Stephen King. Le quedan pocas páginas y piensa terminarlo antes de irse a dormir, pero no consigue meterse en la lectura. Repite el mismo párrafo un par de veces sin conseguir concentrarse. Está nerviosa. Ahora le apetecería fumarse un cigarrillo pero hace tiempo que dejó el tabaco y además se prometió no fumar en el piso. Toma la taza de té y se sale a la terraza. La noche está preciosa. Apenas hay tráfico por la calle, como vive en un barrio alejado del centro, no siente la molestia de los bares o lugares de copas. Mira al cielo y piensa que si las farolas alumbrasen un poquito menos podría recrearse viendo las constelaciones. Descubre el planeta Marte y se siente satisfecha.

Ya relajada, olvidado todo lo que ha dado de sí el día se mete entre las sábanas. Como está muy cansada no tarda mucho en quedarse dormida. De pronto un grito la despierta. Sin saber qué ha pasado, o quién ha gritado Mila se incorpora en la cama. No sabe qué pasa, está desconcertada y temblorosa sale a la habitación de los pequeños. Los dos duermen tranquilamente. Da un vistazo por todo el piso encendiendo todas las luces y no parece que haya nada fuera de lugar. Su nerviosismo no ha desaparecido del todo. Puede que haya sido un sueño, pero el grito parecía real. Abre la ventana del dormitorio y se asoma a la calle. Todo sigue en calma. Todo está tranquilo, tranqui…, no, no puede ser. En el banco frente a su casa está la vieja del centro comercial. La mira y le hace señas con la mano. Después se levanta, coge el andador y se aleja diciéndole adiós y riendo a carcajadas.


Mila se mete disparada hacia el interior de su alcoba y cierra la ventana. Se mete en la cama y se tapa hasta el cuello. No puede ser. Son casi las tres de la mañana. ¿qué hace esa mujer a las tres de la mañana en la calle? Y¿cómo ha llegado hasta aquí? ¿Cómo es posible que sepa dónde vivo? y ¿por qué me acosa?. ¿Qué le he hecho yo?

Demasiadas preguntas sin una respuesta. Mila ya no tiene sueño. Su preocupación va más allá. Posiblemente ella está en peligro. Y lo que es peor: sus niños están en peligro. Esa mujer no es normal, puede que sea una psicópata. Pero qué les puede hacer, es muy mayor.

La noche ha sido larga, las preguntas han llenado los minutos, las respuestas no han llegado a pesar de que las horas invitaban a dar contestación a, si no a todas, sí a algunas de ellas. Agotada se queda dormida sobre las siete de la mañana. El silencio reina en el apartamento. Los niños duermen y el pecho de Mila tiene el ritmo acompasado que la tranquilidad regala.


Unos pasos lentos se deslizan por el pasillo. La primera luz que entra por la persiana del salón se refleja en el acero inoxidable de un andador...


 
 
 
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