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  • Foto del escritorVirtudes Torres Losa

La Ciudad Oculta

La última llamada para los pasajeros había sonado apenas unos minutos antes de cerrarse la puerta del compartimento donde íbamos alojados. Cerré los ojos y suspiré, estaba feliz de emprender viaje hacia una nueva vida.

Aquella que dejaba atrás me había sido nefasta. No sabía qué me esperaba a la llegada a mi destino que, por otro lado, tampoco conocía.

Todo había surgido días atrás al coincidir con un grupo de personas que hablaban de este viaje como el comienzo de un mundo mejor. Llamaban a la ciudad a la que nos dirigíamos La Ciudad Oculta.


‒Es un lugar que no existe en los mapas, que está tras unas montañas nevadas perpetuamente, al que se llega a través de una grieta temporal abierta en el espacio/tiempo ‒dijo uno de los desconocidos.

‒Este lugar se halla en medio de bosques frondosos, bañados por ríos que transcurren entre rocas y desniveles formando cascadas y pequeñas cataratas; un lugar con aves exóticas, y flores de intensos colores y aromas.‒continuó su compañero.

‒¿Dónde está ese Paraíso?, preguntó uno de mi grupo‒ ¿Podemos ir nosotros?

‒Solo se puede ir con un permiso especial. Ese lugar está protegido y no se puede entrar ni salir como si fuera una ciudad cualquiera.

‒¿Es una ciudad militar? ‒pregunté yo algo asustada. Nada me asustaba más que escapar de unos opresores para encontrarme con otros.

‒No, allí todo el mundo es libre. Vive donde quiere, come lo que toma de la naturaleza, nadie tiene más que su prójimo porque todos tienen lo mismo: nada y todo al mismo tiempo.

‒¿Y también cada cual puede hacer el amor con quien quiera? ‒preguntó alguien riendo y todos rieron su gracia al unísono.

‒Pues así es ‒contestó seriamente la persona que estaba hablando y, dirigiéndose a quien había formulado la pregunta, le recriminó su osadía y con la misma seriedad le advirtió que jamás tendría el permiso especial para pertenecer a ese grupo de elegidos que podría llegar hasta La Ciudad Oculta.

Fui una de las elegidas. Mi corazón latía con tanta fuerza que creí que no iba a poder callar la alegría que me desbordaba. Nos dijeron que nadie en nuestro entorno social y familiar debía saber que íbamos a hacer este viaje, que debíamos mantenerlo en el más estricto secreto.

En el entorno familiar no me fue difícil guardar el secreto, pues poca era la familia que me quedaba. Los soldados que, desde la llegada al poder del Gran Justiciero, hacían ronda por todas las calles del pueblo, estaban continuamente al acecho de que alguien saliera después del toque de queda. No importaba que fuera para llevar a un enfermo al hospital, disparaban antes de preguntar el porqué de esa salida.

Saqueaban las viviendas y violaban a cualquiera que se cruzara en su camino. Siempre con el permiso de sus superiores que son más crueles que ellos, si eso es posible.

Ahora, dejando atrás ese tormento, me dispongo a llegar hasta ese lugar que se me antoja maravilloso.


foto tomada de Pinterest

El tren al que habíamos accedido, se movía por antiguas vías de hierro, parecía un ferrocarril antiguo. El vapor de la máquina formaba una pared tanto delante de esta como en sus laterales.

Unos mozos daban lectura de los nombres de los pasajeros y todos tras escuchar la última llamada por megafonía subimos a nuestros respectivos compartimentos. Minutos más tarde entrábamos en un larguísimo túnel; las luces mortecinas del pasillo y la música ambiental unidas a la tranquilidad que nos invadía al pensar que estábamos a salvo, nos sumió en un sopor que, poco a poco, se convirtió en un profundo sueño. Cuando desperté la luz del sol se colaba por el amplio ventanal de mi compartimento. Me encontraba descansada y feliz. Una sensación de bienestar henchía mi corazón. El tren estaba parado, me pregunté si habíamos llegado ya o era una estación para recoger más pasajeros. Pronto salí de dudas. De nuevo por megafonía nos invitaban a bajar, en la sala de espera aguardaba un grupo de personas que nos llevó hasta la plaza principal.

Los residentes sonreían a nuestro paso y en el centro de la plaza una comitiva, encabezada por el alcalde del lugar, nos recibió dándonos la bienvenida y deseando que fuéramos muy dichosos en este lugar.

Teníamos libertad de escoger la casa que más nos gustara entre todas las que hubiera deshabitadas; las tiendas estaban abiertas para tomar lo que nos hiciera falta, siempre cuidando de no tomar de más y, por supuesto, no desperdiciar nada.



Las calles estaban tan limpias que parecía que el aire no llevaba ni polvo ni hojas; las fuentes echaban chorros de agua coloreada por focos luminosos estratégicamente colocados; pájaros de todos los colores cantaban, con sus dulces trinos, preciosas melodías; a ambos lados de las calles unos arriates llenos de flores de mil colores alegraban las avenidas; los coches marchaban lentamente admirando el paisaje y el aire era tan limpio que traía aromas de tilos, jazmines, lilas y madreselvas.

He aprendido pronto a olvidar el pasado, mejor diría que el pasado para mí no existe, que aquello fue un mal sueño, aquí me siento en el lugar que me corresponde, el respeto a todo y a todos es el pan nuestro de cada día.

El tiempo en esta ciudad transcurre lentamente, el trabajo no se hace pesado, cada cual trabaja en labores adecuadas a sus conocimientos, mientras los jóvenes se preparan para cargos importantes, los ancianos descansan en ciudades jardín donde la paz y la tranquilidad prevalecen, y los niños aprenden con maestros amantes de la naturaleza.

Al otro lado de las montañas eternamente nevadas hay una ciudad a la que se llega a través de una grieta temporal espacio/tiempo, pero esa grieta por mí puede seguir cerrada.


Texto editado para el desafío literario del mes de marzo, del blog FanTepika de Jessica Galera.

En el desafío se pide sinopsis SynOpsis pero a mi me salió relato. jajaja.

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