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  • Foto del escritorVirtudes Torres Losa

LA MALA SOMBRA

Siempre he escuchado que las sombras llegan en la noche, pues a mi aquella sombra se me aparecía a cualquier hora del día, no importaba si el sol estaba en su cenit o la luna en su fase de llena o nueva. Cada mañana al abrir los ojos allí estaba. Por lo general era un ser alto, negrísimo, con grandes brazos que casi le arrastraban, con un sombrero de copa y una capa negra como la noche que al abrirla mostraba un interior rojo como la sangre.

Ni que decir que yo sentía un miedo infinito. No salía corriendo porque no podía moverme del susto y porque casi siempre ya me lo había hecho en los pantalones del pijama y eso debía de tratarse con sumo tiento e ir despacio al cuarto de baño procurando no dejar el rastro, más que nada porque mamá, que tiene un master como detective, siempre acaba dando con quien deja las pistas y luego la vara de la justicia es bastante dura.


Imagen de Lothar Dieterich (Pixabay)

A lo que iba, aquella sombra no se contentaba con amargar mis noches que también los días me los hacía polvo. Yo había cumplido diez años y en clase, hasta aquel tiempo, siempre había estado atento porque, aunque no soy un empollón, soy bastante curioso y todo lo nuevo me llama la atención. Pues bien, de golpe y porrazo dejé de prestar atención en clase porque mi interés casi siempre estaba en una esquina del aula. Era uno de los lugares favoritos donde se aparecía y ya podía llamarme el profe a que saliera a la pizarra que yo no podía despegarme de mi silla.

Tampoco cuando estaba jugando al fútbol se conformaba con ver el partido. Nada de eso, se pegaba a mí como una lapa y yo que siempre he sido el máximo goleador terminaba perdiendo los balones y haciendo que mi equipo acabase derrotado. Al final optaron por dejarme en el banquillo y dar la oportunidad al “tieso” que no sabía si tenía una pierna de palo o estaba en el campo para espantar a los pájaros, y se liaba a dar patadas al aire, eso sí cuando pillaba a uno de los jugadores (no importaba si era de su equipo o del contrario) se quedaba solo ya que todos se iban al lugar más alejado de él, momento que aprovechaba para meter la pelota en la portería.

Era entonces cuando la sombra me miraba y sus ojos relucientes y rojos parecían abrirse como enormes focos de coche y se reía de mí con unas carcajadas que me ponían de punta hasta la orejas. En cuanto podía me largaba a los vestuarios con el fin de ducharme y salir disparado a casa sin esperar a mis compañeros pero la sombra estaba esperando allí, alta, infinita, negrísima, como un muro infranqueable. Sus manos se levantaban y parecía que fueran de chicle pues se extendían hacia mi como esa goma pegajosa con la que juegan las niñas.


foto de la red

Como no dormía casi nada empecé a enfermar. Mamá me puso el termómetro y aunque no tenía fiebre decidió llevarme al médico y el doctor pidió quedarse a solas conmigo. Me preguntó tantas cosas que ahora no puedo recordarlas pero era tan amable que le conté todo lo que me pasaba. Me dijo que también el cuando era pequeño tenía una sombra que le acosaba. No le dejaba jugar, ni estudiar, ni dormir. Pero que al fin la pudo derrotar.

Yo alucinaba. Cómo era posible que alguien derrotase a una sombra. Yo quería, necesitaba saber cómo hacerlo. Entonces el doctor me dio la solución: Haz como que no la ves, pasa de ella.

Eso es muy fácil de decir pero no sé cómo puedo hacerlo -le dije.

Aprende a mirarla fijamente, búrlate de ella, dile que no te asusta, que tú eres más valiente y que nunca te va a apartar de lo que más te gusta.

Y así fue como aquella noche cuando la mala sombra apareció en mi habitación yo estaba preparado. Me quedé mirando fijamente hacia el lugar donde deberían estar los ojos, porque todo en ella era negrura, después le dije con la voz más grave que pude poner que no me asustaba nada, nada. Le dije que era un mequetrefe, que no valía ni para asustar a un niño de diez años, que se fuera con viento fresco y que me dejara en paz.

Al principio mi voz apenas salía de mi garganta, pero poco a poco, me vine arriba y casi resonaba en mi dormitorio como si tuviera bafles por toda la habitación. Creo que aquello no se lo esperaba. Pero fue efectivo. Desapareció dejando un humo apestoso en el cuarto que se fue al abrir las ventanas y la puerta para que hubiera corriente. Ya no volví a ver más a aquel ser. Yo he vuelto a hacer la vida normal, como antes, aunque de cuando en cuando echo una ojeada alrededor. No me fío, estas malas sombras son muy traicioneras, tienen muy mala sombra.


Relato escrito para el VadeЯeto de mayo del blog Acervo de letras de JastNet.

Había que inspirarse en la foto donde aparece el niño y una sombra.

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