Su mundo se centraba en el bocadillo, la lata de refresco y las máquinas recreativas. Caía la moneda y empezaba una desenfrenada lucha por conseguir más puntos, por derribar más obstáculos. La bola subía, bajaba, sus manos apretaban los laterales de la máquina impulsando los mandos. La música de aquel trasto y los rayos que disparaba le tenían hipnotizado. Entre las esferas del Puzzle Bubble, un mensaje subliminal llegó hasta él. Flashes de un libro invitaban a su lectura.
Cambió recreativos por biblioteca pues las aventuras que los libros guardaban le parecieron más excitantes que cualquier máquina de marcianitos.
Relato escrito para participar en el reto de noviembre del blog "Escribir jugando" de Lídia Castro.