Aquel dÃa tan esperado me levanté con la luz del alba. Estaba excitada, anhelante y deseando que llegara el momento de salir a correr libre por la calle. Tomé mi tiempo para lavarme concienzudamente, me servà un zumo de naranja y me senté cerca de la ventana a ver cómo se desperezaba el sol. La aurora, tan fresca y lozana ella, se escondió pues los rayos solares podrÃan dañarla mientras, los pájaros empezaban a salir de sus nidos saludando al nuevo dÃa.
Ya vestida para la ocasión, mallas de licra, zapatillas y camiseta suelta pues los dÃas de poco ejercicio me hacÃan temer que mis músculos estuvieran algo flácidos. Peiné mi melena y la recogà en una coleta, después me puse mi mascarilla y ya dispuesta abrà con solemnidad la puerta de casa. El sol besó mi cara (lo poco que quedaba al aire de ella) a lo que yo correspondà quitándome la mascarilla y guardándola en la mochila junto a la botellita de agua y unas toallitas húmedas. Miré a un lado y después al contrario y la calle parecÃa un hervidero. No creà que tanta gente pudiera haber pensado igual que yo que a primera hora estarÃa todo despejado.
Un silbido preludio de una canción que el mundo ha olvidado llegó desde algún rincón de la calle. Eché a andar sin darle importancia. Primeros pasos más rápidos y después tras un trotecito fui ganando rapidez en mi carrera. Poco a poco apenas éramos cinco o seis personas las que Ãbamos en la misma dirección bastante separados unos de otros. De nuevo aquel silbido frenó mi carrera. No noté reacción en las otras personas que seguÃan su marcha.
El silbido, aquella cancioncilla, empezaba a ponerme nerviosa. Mire alrededor y como por encanto todos los que antes andaban delante o detrás de mà habÃan desaparecido. El silbido se escuchaba cada vez más cerca. El sol ¿el sol? minutos antes apenas habÃa amanecido ahora era totalmente de noche ¿qué habÃa pasado? y ¿dónde estaba? Una risa en la noche levantó a los búhos de los árboles de cuyas ramas agitadas por un viento convertido en huracán hacÃa que las hojas cayeran al suelo tapizando este como si de repente el otoño se hubiera manifestado. Quise largarme de ese lugar, volver a mi casa, pero ni reconocÃa el sitio donde me encontraba ni podÃa guiarme por la luz de una luna que esa noche no habÃa querido aparecer.
De nuevo el silbido, esta vez sonaba tras mi cabeza, pegado a mÃ. Me volvà con rapidez, creo que fue el miedo quien me inyectó la adrenalina necesaria para hacerlo y allà tras de mÃ... ¡no habÃa nadie!
Las luces parpadeantes hirieron mis ojos. El sonido estridente de las sirenas hicieron lo propio con mis oÃdos. Me encontraba en una vorágine de sentimientos encontrados. Entreabrà los ojos y me pregunté qué hacÃa allà la policÃa, antes de que obtuviera respuesta unos enfermeros me transportaron a una ambulancia. No entendÃa nada.
‒Tranquila, ya todo pasó ‒me susurró una voz tras la mascarilla.
‒Ha sido el choque del encierro y el goce de poder correr al aire libre ‒susurró otro enfermero.
‒Pobre, no ha podido resistirlo ‒volvió a hablar la primera voz y dirigiéndose a mà me pareció ver el amago de una sonrisa en unos ojos que parecÃan inexpresivos, después pusieron en el gotero una pequeña bolsa blanca e inyectaron algún medicamento en ella. No pasaron ni treinta segundos cuando, el silbido volvió de nuevo a mi cabeza. Inmediatamente caà en un sueño profundo.
Relato escrito para el reto de abril de Jessica Galera Andreu del Blog FantÉpica hay que incluir esta frase "Es una canción que el mundo ha olvidado" y adaptarla a un sonido sorpresa que hay que elegir entre nueve. A mà me ha tocado un silbido algo sospechoso.