La ley principal de los buenos espantapájaros, según las leyes espantajeriles, era la rigidez, el estar pegado a la tierra en silencio, solo roto cuando soplaba fuerte el viento, el dejarse llevar por este dando vueltas en torno al palo que los sujetaba.
Pero esa ley se la había saltado por su propia conveniencia, se había despegado de la tierra, había soltado la paja y había echado a volar como las gaviotas.
Lastima, justo cuando iba a alcanzar la nube de su sueño un ensordecedor estruendo sonó a su espalda.
