REINO INVERNAL
- Virtudes Torres Losa
- 10 nov 2019
- 2 Min. de lectura
Comienza aquí la 1ª parte de un cuento escrito para el reto del blog Fant Épika de Jessica Galera Andreu. En él se nos pide que ideemos cómo surgió el otoño. También levantando una de las hojitas caídas, la imagen que aparece tiene que estar en nuestra historia. En mi caso levanté la hoja que ocultaba un CABALLO BLANCO.
La niebla hacía imposible ver a más de un metro en derredor. Los árboles lucían carámbanos de hielo como si los hubieran adornado para navidad. Las telas de araña que unían las ramas de los setos se habían vestido de puntillas brillantes, salpicadas de perlas de agua congeladas en el tiempo.
El día era frío, tan frío como el día de ayer y como todos los días que le habían precedido. Llevaba meses sin salir el sol. El astro estaba oculto por un muro de nubes compactas con las que sostenía una lucha titánica de las que siempre ellas salían vencedoras.
Nívea necesitaba respirar, dejar los muros de cristal de su palacio y contemplar la tristeza de su reino. Había salido a pasear bien abrigada con una capa de armiño, unas botas de piel de reno y, sobre su cabeza, un gorro de zorro salvaje. Se sentía triste como el día, sombría como esa oscuridad que, hacía tiempo envolvía su reino. Un reino, según los más viejos, otrora alegre y colorido y que ahora solo rezumaba tristeza, frialdad y desolación. Había perdido la cuenta de los días, de las horas y, quizás hasta de los meses o tal vez años, en los que aquel lugar estaba sumido en la tristeza.
Cada amanecer era desolado y solitario, cada amanecer Nívea albergaba la esperanza de que hubiera algo que lo hiciera diferente al día anterior, pero la noche llegaba y solo había cambiado en algo, en la cantidad, si este concepto se podía medir, de tristeza que le embargaba que cada noche era mayor.
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