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Casi mediado agosto me pongo a escribir sobre el tema del VadeReto que este mes es:
LA ESTATUA
Nuestro amigo JascNet nos pregunta:
¿Es la estatua la que os inspira o hace recordar alguna historia, o es ella misma la que os la cuenta?
¿Habéis traspasado el umbral de la realidad y adentrado en un mundo de fantasía dónde la estatua cobra vida?
¿Ocurre algo en la plaza que hace protagonista a la estatua?
¿Qué tiene de diferente esta estatua para evocaros una historia fantástica?
Todas estas preguntas son solo orientadoras, tenéis imaginación y talento a raudales para confeccionar vuestras propias locuras.
Podéis usar una que os guste, una que haya en vuestra ciudad o también inventarla. Ya sabéis las normas de este reto, no hay normas.
Su mejor obra
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Pasó las yemas de sus dedos por su mejilla helada, después los deslizó suavemente marcando el contorno de su cara. Volvió a rozar el perfil de su nariz griega con su índice y lo posó en el centro de sus labios entreabiertos.
Una punzada de dolor en medio de su pecho acentuó el que ya sentía en su alma.
Su musa, su preciosa musa, se había ido. Se había entregado sin oponer resistencia a la llamada poderosa de aquella infame, cruel y despiadada ladrona. La Parca había jugado la partida de la que se sabía ganadora.
Dijeron que fue por un exceso de velocidad, que iba bajo los efectos de estupefacientes y tantas cosas para él imposibles de creer. Lo único que ahora veía era esta realidad que le ahogaba, se había quedado sin su luz, sin su alegría, sin haber podido mover una ficha que le diera un poco de esperanza para conservar aquella mujer que era el motivo de querer ver el sol cada mañana.
Ahora eran sus mejillas las que sentían el calor de unas lágrimas que llevaban tiempo esperando ser liberadas. Lloraba a solas en aquel estudio, aquel refugio de amor donde se habían amado hasta la saciedad, donde se habían entregado en cuerpo y alma, donde ahora solo sentía rabia e impotencia.
Levantó la mirada de sus ojos, ahora acuosos, y la clavó en los ojos ciegos de la estatua. Aún estaba inconclusa, pero su mente tenía grabado a fuego cada poro, cada marca, cada pequeña arruga.
Tomó el cincel que, junto a las demás herramientas, reposaba sobre la mesa de trabajo y, haciendo acopio de un valor que no sentía, comenzó a retocar aquellos labios que representaban los que tantas veces había besado.
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Recordó cómo se habían conocido; él buscaba modelos para sus esculturas, para sus imágenes y ella buscaba algún incauto a quien robar su bolso. Fue un amor a primera vista.
Descubrió en ella a la virgen que saldría del trozo de mármol, a la santa que sería venerada en la hornacina de alguna iglesia, vio en sus ojos de mirada triste a la Dolorosa atravesada por su pena o a la Magdalena que secaba con sus cabellos los pies de Jesús.
Y llegaron a un acuerdo, pronto se adaptó a su estudio, pronto se transformó en su musa.
Él, por su parte, se convirtió en el escultor de moda, en el artista tocado por la suerte.
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A cada golpe de martillo o del mazo sobre el cincel, ya fuera en la piedra, en el mármol, o en la madera, si ella servía de modelo, la figura iba surgiendo de su interior como si esta hubiera estado allí esperando el momento de ser revelada. Ella fue haciéndose parte de él, era más que una modelo, era su vida, su razón de ser.
Para él se convirtió en un reto, en querer dejar su imagen viva eternamente a través de cada trabajo que le solicitaban.
Y ahora ya no estaba, ahora solo le quedaba aquel trabajo inacabado, un trabajo que no entregaría, que había decidido que sería solo para él.
Una idea iba rondando en su cabeza. Una idea impropia para él que había amado tanto la vida. Una idea que sería su última voluntad.
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Si, cincelaría, puliría ese rostro, grabaría en sus ojos esa sonrisa enigmática, le daría esa fuerza en la mirada que solo en ella había conocido, sería la imagen más bella, más perfecta de ese ser que tanto le había amado.
Después, una vez terminada la obra, escribiría el final de su historia. Esta era la de disponer la imagen en la tumba de su amada y su deseo de ser a su muerte, enterrado con ella. Este último deseo no tardaría pues ya lo tenía todo previsto.
Se dispuso a terminar el trabajo con precisión y a la vez con delicadeza, fue sacando virutas, delineando formas hasta que estuvo satisfecho. Su corazón latía con fuerza, era su obra más hermosa. Rebosaba dulzura, amor, humildad y a la vez orgullo, rebeldía.
Estaba rendido y se quedó dormido soñando con su amada .
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Se despertó con el sonido del teléfono. Casi dormido pulsó el icono verde, alguien al otro lado comenzó a hablar; era la voz de un hombre, alguien susurraba palabras inconexas, le pedía perdón, era alguien que le decía que lo del otro día había sido solo un error, que todo volvería a ser como antes, que tendrían ese hijo y que le sacarían al incauto artista todo el dinero que se les antojase.
Colgó sorprendido y se quedó mirando aquel teléfono como si fuera algo diabólico. Era el móvil de ella, el que le entregaron junto con algunos objetos personales. Al momento pensó que podía ser una llamada equivocada, se negaba a aceptar que ella, su amada, tuviera un romance con otro hombre.
El teléfono seguía sobre la mesa de trabajo. Mudo, esperando. Negó una y mil veces la evidencia. El número estaba en los contactos. Aun así, podía tratarse de una equivocación.
Recordó ¿Qué habían dicho los médicos? “En su estado no debía haber consumido drogas y menos conducir”. “Su estado”, “su estado”. ¡Estaba embarazada! Eso era, y ahora querían sacarle dinero para… ¿para que? ¿Para deshacerse de la criatura, para obligarle a reconocerlo? No daba crédito.
La figura de alabastro parecía sonreírle al saberle conocedor de su secreto.
Recordó su plan, se preparó un café, ese que iba a ser el último, el más amargo y a la vez el más dulce, pues sería el vehículo que le llevaría hasta ella. Puso un par de cucharadas de azúcar y lo removió. Abrió la bolsa del veneno que sería su billete y, antes de vaciarlo sobre el líquido tomó de nuevo el móvil, busco en sus mensajes de wassap y encontró lo que buscaba. No había duda, todo el tiempo había estado engañado.
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