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  • Foto del escritorVirtudes Torres Losa

Todo es posible en Navidad

Actualizado: 24 dic 2020


Navidad en La Laguna, Tenerife. Foto de Sylvia T.

La plaza está más concurrida que de costumbre. Es Navidad. Las luces que adornan las calles animan a las gentes a salir aunque el frío se filtre por cualquier lugar que la ropa lo permita. Los bares, abarrotados, sirven tanto bebidas frías como calientes, las risas llenan el ambiente y se escucha algún que otro villancico llegado desde altavoces instalados en alguna iglesia o en algún Belén dispuesto para estas fechas.

Aromas de asados escapan por las ventanas entreabiertas de algunas casas, en las que, con toda certeza, se preparan mesas elegantes a las que no le falta detalle, siempre con la ilusión de que la cena de Nochebuena sea muy agradable.

Los primeros copos de nieve están empezando a caer, eso no hace desistir de seguir paseando, tocando la zambomba o pidiendo el aguinaldo a los más pequeños. Al contrario, en el centro de la plaza forman un gran corro con la ilusión de poder hacer un muñeco de nieve si los copos caen en más cantidad y son más gordos.

La vida sigue, la música se mimetiza con ella, la nieve sigue cayendo, los niños cantan y ríen, sus padres toman la cerveza o el pincho mientras cuentan anécdotas y hacen hora para ir a casa con sus mayores a cenar. Otras personas optan por celebrar este evento en el gran salón de un restaurante. Mesas con gran número de sillas, dispuestas para recibir a los comensales. Es Navidad.

Es Navidad. También tiempo de regalos, de un tiempo a esta parte se ha hecho “visible” el regalo del “amigo invisible” por eso y porque aún su querida Blaky no ha aprendido a manejar el dinero, el señor Elliot se ha tomado la libertad de ser él quien escoja el regalo que su “amigo invisible” le va a hacer. Él también le ha traído uno pero aún no es el momento de dárselo. Lo hará después de la cena, así disfrutarán los dos de sus regalos hasta que llegue la hora de dormir.

El señor Elliot ha estado mirando todo este tiempo por la ventana. La alegría que hay ahí afuera le entristece el corazón. Es la primera Navidad que pasa sin su amada Emily, ella sí que sabía hacer de esta noche una verdadera fiesta. La memoria le trae un baile de recuerdos que le hacen sonreír al tiempo que se enredan con una lágrima.


Iluminación de La Laguna, Tenerife. Foto Sylvia T.

‒Está bien Blaky, es la hora de servir el asado. Anda acércate a la lumbre que hace mucho frío y nuestros viejos huesos necesitan una dosis extra de calor.

Cenan despacio, el asado está bueno pero le falta el condimento especial de Emily, una buena capa de amor que ella le regaba por encima al tiempo que, para hacer más corta la espera, se servían una copita del vino especial que guardaba para esta ocasión. Tras la cena y con el calorcito de la chimenea, hombre y can dormitan, es un sueño acompasado y reparador que, bruscamente, se ve alterado por unos golpes en la puerta de la entrada.

El señor Elliot sacude su cabeza como intentando recordar dónde está y se ve con el plato del asado sobre sus piernas. Piensa que ha sido un sueño pero mira a Blaky y esta también está con la cabeza erguida y las orejas en tensión.

Lentamente el anciano se acerca hasta la puerta pero antes de abrir recuerda que en las noticias del mediodía dijeron que muchos ancianos que vivían solos estaban siendo agredidos por ladrones que aprovechaban esta oportunidad.

Aquí Blaky tan enorme y es un solete. Foto Vitolosa

Blaky se pone a su lado como inculcándole un poco de valentía.

‒¿Quién llama? ‒pregunta el señor Elliot, pero nadie responde. Vuelve a preguntar y al otro lado de la puerta todo es silencio. Intrigado abre la puerta poniendo antes la cadena de seguridad que, ¡otra vez Emily!, le pidió que pusiera porque tenía miedo cuando se quedaba sola.

En la puerta hay un chico de unos doce años. Parece desnutrido y helado. Lleva una chaqueta y una camisa vieja que, con estos fríos no parece que le abrigue demasiado. Se lleva la mano a la boca y a la barriga.

‒¿Tienes hambre? ‒le pregunta el anciano. El chico mueve afirmativamente la cabeza y el señor Elliot le franquea la entrada.

‒Anda siéntate aquí, junto a la lumbre. Te traeré algo de asado que ha quedado de la cena, mientras calentaré un poco de leche y si no tienes dónde pasar la noche, puedes quedarte aquí, te puedes acostar en ese sofá, ya te traigo una manta.

‒Y díme, ¿cómo vas así tan desabrigado con el frío que hace? ¿por qué no hablas? ¿Tienes anginas o algún problema en la garganta?

En vista de que el chico no contesta a sus preguntas el señor Elliot deja que siga cenando ya que a eso sí parece que le hace más caso que a él. Una vez saciado el apetito del muchacho, el señor Elliot vuelve a preguntarle cuál es su nombre. El chico se queda fijo en los labios del buen anciano después toma su mano y se la estrecha.

‒¡Vaya! empezamos al revés ‒dice sonriendo ‒primero llenamos la tripa y después saludamos. Eso quiere decir que te ha gustado ¿no?

El muchacho también sonríe pero no dice nada, mientras Blaky que ha estado todo el tiempo pendiente del chico, ahora menea la cola y se pone a su lado. El muchacho la acaricia y juega con ella para terminar sentándose ambos en el suelo junto al fuego.

El señor Elliot mira embobado la escena y de nuevo el recuerdo de Emily revolotea por la habitación. Ellos nunca tuvieron hijos y ¡Dios, cómo los deseaban! ahora en estas fechas es cuando más añora una compañía. Pero él está tan solo. Bueno tiene a su fiel Blaky … y ahora llega este chiquillo… ¿quién será?

Por cierto ‒piensa‒ no le he preguntado de dónde viene, o dónde están sus padres… debería avisar a la policía por si lo están buscando. ¡Ay, Señor, Señor!

Se acerca a la ventana y echa una ojeada a la calle que, en estos momentos, está solitaria, quienes la ocupaban estarán en familia o con amigos saboreando la cena de Nochevieja y además está nevando copiosamente. Las luces parpadean siguiendo un ritmo aleatorio, de vez en cuando un cohete suena en la lejanía dejando en el cielo millares de puntitos dorados o de mil colores, los villancicos siguen sonando pero la música baja de revoluciones y una espiral, casi una nebulosa, envuelve al señor Elliot que se aparta de la ventana y descubre que su humilde vivienda está llena de luces, de guirnaldas, de espumillón, la mesa tiene un mantel dorado y dos copas de vino, de ese vino que Emily guardaba para la ocasión.

imagen tomada de pinterest

Emily está mirándolo y está guapísima, lleva un vestido plateado y un chal de organza, le tiende una mano y le invita a bailar. Como dos enamorados unen sus cuerpos en una danza imaginaria, aspira el olor a nardos que despide el cuello de su esposa y pasa los dedos por su corta melena. La música es una espiral en torno a ellos que gira y... gira…

El anciano abre los ojos y ve al chico que sigue jugando con Blaky , vuelve la vista hacia la calle y tras los cristales, en la nieve, la figura de Emily vestida de gris plata que le manda un beso con sus dedos, después se desvanece en la noche.

Cansado y a la vez pleno de alegría por haber tenido la oportunidad de ver de nuevo en esta noche a su amada esposa, el señor Elliot se sienta de nuevo al lado de la lumbre, mira las pavesas que desprenden los troncos y las llamas que giran en onduladas formas. Recuerda que aún no se han dado los regalos y marcha presto hasta la alacena donde dejó los dos pequeños paquetes. Se da cuenta de que está el niño con ellos y no tiene nada para él. Piensa que podría regalarle unas fábulas que aún conserva y decidido va a por ellas, cuando regresa el chico no está. Blaky dormita y en la mecedora hay un chal de organza. El señor Elliot lo toma con suavidad y el olor a nardos le dice que no ha sido un sueño, después se acerca a la ventana y, ahora es el chico el que está en el mismo sitio donde momentos antes su esposa se despidió de él. El muchacho se lleva una mano al pecho e inclina la cabeza para después esfumarse entre los copos de nieve. Blaky se ha despertado y está a su lado. El señor Elliot le acaricia la cabeza.

‒Vamos a abrir los regalos, amiga mía. Toma este es el tuyo, tranquila, tranquila ‒le dice mientras rompe el papel donde va envuelto ‒¡Eh, ¿te gusta? Es un buen hueso de juguete. Ahora voy a ver qué me has regalado tú. ¡¡¡oh!!! ¿me has adivinado el pensamiento? Me moría por esta cajita de música. Gracias amiga.

El señor Elliot vuelve su mirada hacia la ventana, está cerrada pero él ve más allá. En su memoria conserva la imagen de Emily y la del chico y con voz queda susurra: También gracias a ti chaval, no sé quien eres pero me has hecho el regalo más bonito del mundo.


***

Relato escrito para el DESAFÍO LITERARIO DE DICIEMBRE del blog de FANT ÉPICA de JESSICA GALERA.

Continuación de una historia empezada por ella con el señor Elliot su perro LABO al que yo he cambiado el nombre pues en su foto es igual que Blaky una de mis perras, y un añadido extra que se oculta tras un abeto de navidad, en mi caso GÉNERO LIBRE y UN JOVEN QUE NO PUEDE HABLAR.

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