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  • Foto del escritorVirtudes Torres Losa

Y eso que no es trece

Actualizado: 26 oct 2022


Este es el segundo relato con el que participo en el VadeReto de octubre de Acervo de Letras.

En esta ocasión JascNet nos pone algunas condiciones

Debemos intentar alejarnos de las figuras y escenarios clásicos y típicos. El cementerio, los fantasmas, los monstruos hollywoodenses, la oscuridad, la niebla… todos estos son recursos bastante trillados y de fácil inspiración.

Y nos reta: ¿Os atrevéis a usar escenas cotidianas, personajes corrientes, sucesos nada relevantes… y transformarlos en auténticas historias de terror? No os olvidéis que debe ocurrir en Otoño.


Y eso que no es trece


Es viernes, un viernes cualquiera, un viernes de compras, (porque yo dedico ese día a tal fin) La mañana empieza como cualquier otro día pero, cuando abro la puerta del frigorífico y escucho el eco de su interior, es cuando siento el primer escalofrío.


Me doy de bruces con la dura realidad cuando encuentro un trozo de salchichón que choca con las paredes del táper del embutido, pues no encuentra obstáculos en su rodar; un huevo solitario, algún tomate pocho, la botella de coca cola con dos dedos de líquido, y el brick de leche con menos de un chorrito para el café.

Es entonces cuando otro escalofrío recorre mi espalda. He de ir al super a hacer la compra. Miedo me da ese artilugio que sin pararse a contar con los dedos deja su impronta en la pantalla y de menos de cien euros no baja. Ese es el primero de mis temores semanales.

Tras recuperarme de esa impresión me armo de valor y me preparo para salir a la compra. Decido ponerme un pantalón pues hoy parece que hace algo de fresco, me decanto por los vaqueros, esos que llevan todo el verano en el armario y ahí es cuando me llevo la segunda impresión. No me entran a pesar de que tiro hacia arriba de ellos, nada, que no suben. No es posible que haya engordado tanto como para que no me los pueda poner.

¿Y si los mojo un poquito? -pienso- y decidida tomo el pulverizador y empapo un poco la tela. ¡Et voilà! Como un guante. Hasta marco tipito.

Bueno, no ha sido tan terrible como me parecía en un principio, pero mejor no me acerco a la báscula, no me siento preparada para escuchar verdades antes de comer.

Animada por mi resolución, agarro el bolso, las llaves de casa, las del coche y me mezclo con el tráfico que a esta hora es fluido y hasta apetece conducir.

En seguida me arrepiento de esta conclusión. Un imbécil me ha salido de una calle en dirección prohibida y, creo que me ha salvado mi ángel de la guarda, pues yo tenía que hacer un ceda y menos mal que he hecho un stop, que si no me lleva por delante. Ahora, del pitido que le he soltado, he conseguido que todos supieran de su osadía de ir en dirección prohibida.


Superado el susto, sigo mi camino y ya estoy en el centro comercial. La música que suena es la de su anuncio y esta temporada han tomado Daddy Cool, un éxito de 1977 de Boney M. Tarareo la cancioncilla mientras camino por los pasillos de los alimentos para mascotas. Tengo que echar un saco de comida para Monky. ¡Qué precios! ¡Ni que tuvieran caviar! En fin, esta semana creo que le compraré la marca blanca.

Sigo mi ruta y en la sección de limpieza observo los precios de los detergentes, eso si que asusta. Una sonrisa amable me anima a comprar.

Gracias a Bea por su sonrisa.

Que no se me olvide el papel higiénico ¡Uf! Ahora comprendo por qué compraban tanto papel al principio de la pandemia. Ahora está claro. Seguro que se presumían el precio que iba a alcanzar. Y lo peor no es que sea caro es que a la hora de usarlo, se te puede “acabar el rollo” y no digo el del papel, que también, si no el tuyo, pues es tan fino que tienes que utilizar un buen kilometraje para no dejar la impronta en los dedos.

Salgo de ese laberinto y me dirijo a la sección de frescos.

No, no sea mal pensado, he dicho de frescos: carnes, pescados, frutas… que también puedes encontrarte algún fresco o fresca, que los hay, pero no es ese el caso.

La tristeza con que me mira la merluza desde su trono de hielo, me pone algo melancólica. Aparto mis ojos de ella y me encuentro con el colorido de los langostinos y eso me sube el ánimo. Un poquito nada más, porque el precio se

encarga de traerme a la realidad. Los boquerones, las sardinas, el atún, las almejas, las gambas... todos compiten en un duelo por ver cual alcanza el primer puesto en el valor del mercado.



Ya con mi paquetito de pescado me dirijo al mostrador de la carne. ¿Pollo, cerdo, ternera? ¿Chuletas, filetes o picada? Mis ojos se salen de sus órbitas a modo de Jim Carrey en “La máscara”, cuando veo un par de ofertas, ¡las alitas de pollo y los solomillos están a un precio de risa! ¡Ooooh!, fantástico, ni lo pienso. Mira, esto me ha puesto un pelín alegre, 🎶“Daddy, Daddy Cool… Carre Carrefour…”🎵


Ya estoy en la sección de frutas y verduras. Este es mi lugar favorito. Todas las frutas me encantan, todas las verduras me las llevaría. En seguida bajo de mi nube. En vez de un kilo de esto y otro de aquello, peso dos piezas de una fruta, dos de otra, tres de la vecina y otras tantas de esta y ya tengo mi frutero lleno. Las verduras, más de lo mismo. En mi cabeza una calculadora va haciendo la cuenta y el resultado va engordando a pasos de gigante.

Aún no he comprado la leche, el aceite, las magdalenas para el desayuno, el pan, el agua… Voy a por estos artículos y en el pasillo freno de golpe. Mi cerebro trata de asimilar lo que estoy viendo. Pienso que me habré equivocado.

Espera, -me digo- hoy es… ¿Qué día es hoy? No sé qué día es pero sé que aún es octubre. Para Navidad queda todo noviembre y parte de diciembre y ahí, en medio del pasillo, en un stand bien visible, repleto, completo, atractivo, exuberante, con un envoltorio dorado, adornado de renos, copos de nieve y bolitas de cristal, está el TURRÓN. ¡Ohhh!, de almendra, de chocolate, duro, blando… El turrón, ya empezamos con el turrón y estamos en octubre.


Recuerdo que cuando era pequeña el turrón aparecía los primeros días de diciembre. Le fueron adelantando la fecha de inicio y pasó a mediados de noviembre y ahora, sin anestesia, sin paliativos, sin aviso, nos lo ponen a mediados de octubre y ¡aún estamos con la manga corta!. Miedo me da cuando nos quitemos el abrigo allá por el mes de marzo o abril. Mis pantalones habrán encogido dos tallas porque ¡eso si! yo me niego a pensar que he engordado.

Ya estoy en la fila de cajas. Pongo todos los artículos en la cinta y ¿cómo no? mi tableta de turrón de chocolate, que un homenaje tampoco viene mal. Los michelines… a primeros de año me apunto a un gimnasio ¡seguro! (Seguro que no)

Abro mis bolsas y voy depositando la compra, el pitido del lector de precios me hipnotiza y no despierto hasta que el total se enfrenta a mí como un pistolero en un duelo al sol.


Tarjeta, por favor, le digo a la cajera que, con solo un clic de su dedo me proporciona la acción que le he pedido. Paso mi tarjeta y tecleo mi número secreto y, secretamente, imploro a la diosa de la entidad para que la cuenta tenga solvencia. Con el corazón en un puño observo la lectura “Aceptada, recoja su tarjeta” y muy aliviada salgo del centro hacia mi coche donde deposito mi compra. Me siento al volante, respiro hondamente y doy al contacto y ya en marcha camino de casa una cancioncilla revolotea por mi cabeza 🎶“Daddy, Daddy Cool… Carre Carrefour…”🎵

Miedo me da cuando llegue la noche y no me la pueda quitar de la cabeza.

🎶“Daddy, Daddy Cool… Carre Carrefour…”🎵

Virtudes Torres

Octubre 2022



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